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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Un año de vida

El veintiocho de agosto del año pasado me interné en una clínica limeña.

Me acompañó Lealtad, mi hermana que no es mi hermana aunque sí lo es. Yo iba aterrada, no por la cirugía que me esperaba al día siguiente, la cuarta de mi vida por la misma causa, sino por la posibilidad de que mi esperanza de recuperar las ganas de vivir fuera vana. El veintiocho de agosto de éste año, tomé un tren para ir a un pueblo de Cantabria que no conocía. Yo estoy muy loca o de verdad soy muy valiente, pensé al bajar en una estación y verme sola, solita, (solititíta, decimos los peruanos) en el medio de la nada, una linda y verdísima nada. Las dos cosas, hijuca, susurró uno de mis espíritus respondiéndome y noté sin asombro que a mi propia sombra la rodeaban la de dos barcos, la de un caballero narizón quitándose y poniéndose el sombrero, la de un bastón saltarín y la de varias señoras mucho más valientes que yo. Llamé por teléfono a un taxi y me llevó al lugar donde presentaban un libro que es una recopilación de escritos de uno de mis tíos abuelos. Cabía la posibilidad de que el taxista fuera un descuartizador, me cortara en pedacitos y los distribuyera por la tierruca, pero él fue amabilísimo y no me cortó ni un pelo. La noche del veintiocho de agosto del año pasado, di a Lealtad las claves de mis tarjetas bancarias por si algo salía mal en mi cirugía y no sentí ni pizca de pena ante la posibilidad de morirme. Después, ya sola en mi cama de la clínica, usé el poquísimo instinto de supervivencia que me quedaba para pedir a Dios y a mis espíritus que mi cirujano lograra extraer el dolor de mi cuerpo. El veintiocho de agosto de éste año, regresé a Santander en el tren nocturno, libre y feliz. Un par de horas antes, durante la presentación del libro, mi prima* anunció que yo había venido a Cantabria para investigar a los nuestros. Cuando la charla terminó, algunos asistentes y parientes se acercaron, enmascarados, sin tocarme ni tocarse entre ellos y vi ojos de plato cuando supieron que soy la bisnieta de mi bisabuelo. ¡El Chapetón Cueto!

Firma de Sixto Gutiérrez Cueto
¿Fuiste consciente al morir, querido, de cuánto habías vivido? ¿Llegaste siquiera a imaginar cuánto amor dejaste asociado a tu nombre para siempre? ¿Se dieron cuenta, los tuyos y tú, del tamaño de su legado? Yo soy de El Chapetón Cueto, yo soy de los Gutiérrez Cueto, yo soy de Sixto Gutiérrez Galloso y vengo en su nombre.

El año pasado pasé tres noches en una clínica limeña jugando mi última carta para vivir. La noche del treinta y uno de agosto del año pasado, invoqué a mi papá para que me llevara con él cuando una estocada de dolor postoperatorio me convirtió en un ovillo de mujer. Su mano amada, grande, cuadrada y áspera, tomó la mía y la fuerza de su amor por mí, me hizo dormir. A partir del día siguiente ese dolor inenarrable fue abandonándome de a pocos, resistiéndose como un demonio ante un exorcismo. El resto de mi recuperación estuvo a cargo de mi matriarcado.

La sensatez y la extravagancia exacta de las mujeres de mi tribu me curaron. Me alimentaron con pócimas y me dejaron dormir mucho. A punta de conversación y de silencio, de mantas y de gatos, de velas blancas purificadoras, de galletas voladoras que saltaban del frasco directo hasta mis manos y de toneladas de amor ingrávido y sin culpa, la magia de las mujeres del Chapetón Cueto me recordó de qué estoy hecha. Éste año y casi exactamente en las mismas fechas, volví a llenar la maletita con la que me interné en la clínica, metí botas, abrigo y una ropa de baño, porque el clima cántabro hace lo que le da la gana. Pasé tres noches en casa de una de mis primas, otra mujer* sanadora que honra la casta escribiendo y pintando, porque la vida nuestra es una espiral intercontinental.

El treinta y uno de agosto de éste año, dormí abrazando a Pimienta y recordé que hacía un año de la noche en que la mano de mi papá sujetó la mía para protegerme del dolor más atroz.

El año pasado vislumbré el triunfo después de toda una vida de perder ante el dolor físico. La sospecha de estar venciéndole me dejó turulata. La victoria del alivio fue magia pura, vi todo al revés y empecé a encontrar sueños sin cumplir por todo lado. Entonces, recogí el anhelo de mi abuelo, lo sacudí, lo remendé, lo guardé en mi corazón y lo hice mío: Yo te llevo de vuelta a tu Cantabria, Guapo, vamos a buscar lo que se te perdió allá.

¿Cuántas veces renace uno? Las que sean necesarias, respondería mi mamá, lo sé aunque nunca se lo he preguntado.

Úrsula Álvarez Gutiérrez.

Santander, 6 de setiembre 2020


“Siguiendo el compás del hilo en mis manos, mira nada más hasta dónde he venido a parar”.

(Frase de Llévame en tus alas, de la cantautora colombiana Marta Gómez.)

Nota: La Endometriosis afecta a una de cada diez mujeres. No sé cuál es la estadística para el caso de la Endometriosis Profunda. La Endometriosis Profunda envuelve los órganos que le dé la gana y puede invadir hasta los pulmones y el corazón de una mujer. Una mujer con Endometriosis Profunda llega a desear que el demonio hunda sus garras en su corazón de una sola vez para acabar con ese martirio indescriptible.

Mi cirugía y los nombres de mis médicos, profesionales Peruanos de renombre internacional, están contados en:

El trabajo de mi prima* puede verse en: https://conchadelaserna.com/

*Las maneras de esta mujer, su forma de entender la vida y su empeño en embellecerla son tan parecidos a los de sus parientes “de ultramar”, que es imposible no sentirse en casa en su compañía. La vida de nuestra familia no es más que un círculo. Ella viajó al Perú buscándonos sin éxito, yo vine a Cantabria con el mismo propósito y lo logré gracias a otra prima nuestra. Bienvenidas, queridas, a esta tribu estrambótica.

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