En el Perú nadie sabe quién es Matilde de la Torre y en Cantabria todo el mundo cree que lo sabe o dice que lo sabe. En la tierruca, el nombre de Matilde es aun más famoso que el de su prima hermana María Blanchard, tanto así, que ya perdí la cuenta de la cantidad de lugares o instituciones que llevan su nombre. Quizá sea el inconsciente colectivo intentando compensar la burrada que alguien cometió cuando ordenó derrumbar la casona de Cabezón de la Sal en la que Matilde nació. La RAE dice que burrada es algo necio (“falto de inteligencia o de razón”), o brutal (“irracional, violento y propio de animales”). La casona no merecía esa violencia, porque la historia de la familia que la construyó, habitó y frecuentó, forma parte de la historia de Cantabria y sus anhelos la ayudaron a figurar en el mapa cultural del mundo, quizá la naturaleza humana nunca deje de desilusionarnos.
De todas las vidas que he estudiado para comprender y contar la historia de nuestra familia, la de Matilde de la Torre ha sido la que más me ha costado y requirió casi más tiempo y esfuerzo que la investigación de todos los miembros de la familia Gutiérrez Cueto juntos, es decir, más que muchísimo empeño, o un empeño tan grande, que inevitablemente se parece mucho al amor. Matilde fue muchas cosas, una de ellas, política. Domingo Gutiérrez Cueto afirmó que el problema de las ideologías es que suelen reemplazar al criterio propio y Antonio Gutiérrez Cueto aclaró la diferencia entre gritar y amar: “gritar es hacer ruido, se confunde el corazón con los pulmones”. Quizá las ideas combinadas de los dos hermanos expliquen por qué a Matilde se le sigue adjetivando a gritos antagónicos: ¡VENERABLE!¡DETESTABLE! Si uno optara por creer a los devotos de su nombre, juraría que Matilde de la Torre inventó el chocolate y hasta los cachorritos. Si uno optara por creer a sus detractores, juraría que fue ella quien convenció a Eva de comerse la manzana. Si lo que usted quiere es saber, desconfíe de los altisonantes. Quien sabe no grita, quien sabe no diviniza ni demoniza; quien sabe ve el árbol, las ramas y el bosque, o por lo menos, lo intenta. Son varios los intelectuales que han estudiado su vida, pero son más los cazadores de mártires enchufados a su nombre, quizá porque “la pluma tiene cotización más fácil en el mercado político”, como escribió su prima Consuelo Berges, que en realidad era su sobrina, o quizá simplemente porque es más fácil endiosar que entender y detestar que pensar.
Para intentar comprender a Matilde de la Torre Gutiérrez, la persona, es necesario conocer a su familia, lógicamente: su origen, entorno y referentes; cómo fueron su infancia, adolescencia, juventud, cómo se esperaba que fuera su adultez y a quién admiró en aquellos tiempos; cuántas veces la golpeó la muerte y a quién pertenecieron los brazos que la consolaron de ella; cómo fueron sus vínculos y qué pasó con ellos a lo largo del tiempo. Si uno consigue esa información, aunque sea parcialmente, precisa guardarla dentro de su propio corazón, para que él la sienta, para que él la revise y para que él nos la explique poquito a poco, porque si nos la explica de sopetón, se nos partirá el alma, no entenderemos nada y correremos el riesgo de sumarnos a los gritones que confunden el corazón con los pulmones y chillaremos, ¡SANTA!, o ¡BRUJA!
Para intentar comprender el nombre Matilde de la Torre, es preciso leer a Matilde de la Torre: sus artículos, crónicas, ensayos, novelas, relatos y los libros que prologó; leer las entrevistas que le hicieron, los discursos que dio y lo que opinaba de ella la gente de su entorno; saber a quién admiró en su madurez, quién le disgustó y analizar a aquella gente; estudiar el rol de la mujer, la historia del voto femenino en España y lo que Matilde opinó de él a lo largo de su vida; leer la prensa de su tiempo y a los historiadores y también saber, por lo menos, algo del folklore del norte y del papel que Matilde desempeñó en ese campo. Si uno consigue esa información, aunque sea parcialmente, precisa entregársela a su propio raciocinio, para que él la examine, para que él la desmenuce y para que él nos la explique poquito a poco, porque si nos la explica de sopetón, encontraremos tantas contradicciones que no entenderemos nada y correremos el riesgo de sumarnos a los gritones que confunden el corazón con los pulmones y chillaremos, ¡HEROÍNA!, o ¡VILLANA!
Creo que a Matilde le sucede en la muerte lo que le sucedió en la vida, al fin y al cabo, siempre ha sido más fácil emitir juicios que ver el árbol, las ramas y el bosque, o por lo menos, intentarlo. Cuando ella era niña, cada vez que pestañeaba perdía a un hermano ante la muerte. La Parca arremetió contra sus amores sin piedad ni tregua, atacó avisando y también atacó a traición. Su madre se sumó a los ausentes cuando Matilde tenía doce años, y su abuela, que era una fuerza de la naturaleza y que quizá hubiera podido llenar el vacío que Ana Gutiérrez Cueto dejó, murió un par de años después. Salvaje, comenzó a llamarla la gente entonces, porque no obedecía a sus tutores y pasaba el día trepada en los árboles, tal vez porque los árboles no mueren ni desaparecen. La gente criticó y adjetivó a Matilde con más saña cuando creció, después de que su padre también muriera, porque ella era diferente. Entonces comenzó a oler a azufre, dirían, si lo supieran, los que la demonizan. Entonces le nació una aureola, dirían, si lo supieran, los que la quieren mártir. Mucho tiempo después, Matilde encontró refugio en los libros y en el deseo de saber, quizá lo buscó porque la vida que había imaginado para sí se hizo humo. Es uno de los sabios de Grecia, comenzó a decir la gente ante su erudición, que era verdadera, y dejaron de llamarla salvaje para no parecer unos incultos. Cuando el coro que Matilde formó llegó a presentarse en el Albert Hall, ella escribió, “El folklore no interesa en nuestra Patria amada... no se comprende aún en España... El cultivo de la sensibilidad estética del pueblo es la mejor seguridad de su ciudadanía.”* ¡Se refieren a ella como a una MERA FOLKLORISTA!, protestan a gritos, un siglo después, sus devotos, evidenciando lo poco que saben de quien juran “admirar”, provocándole un patatús póstumo. Obviamente, desde que Matilde entró a la política, la adjetivación se agigantó, porque la ideología suele reemplazar al criterio propio, como dijo tío Domingo.
Lo único fácil de estudiar vidas es errar, y lo único de lo que uno está seguro al “terminar” la investigación de una vida, es que una investigación nunca termina. Lo que yo entiendo como la historia de la vida de Matilde de la Torre, una de mis tías abuelas, está plasmado en el cuento que lleva su nombre, en el libro sobre nuestra familia, titulado En el nombre de Sixto, de la Editorial Los Cántabros. Si cuando usted lo lee, al terminar la lectura se pregunta, ¿por qué la detesté?, o también, ¿por qué la mitifiqué?, quizá no habré errado demasiado.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Artículo actualizado en marzo del 2024
*Imagen del archivo familiar, perteneciente a Noemí Cueto Fernández-Peña, tataranieta de Fernando Cueto y Sánchez. Agradecemos no reproducirla sin permiso.
*Frase de Matilde de la Torre en uno de los artículos que escribió acerca del viaje de su coro a Londres, recolectados, cómo no, por José Ramón Saiz Viadero (El Gigante de Alegrilla) y editados todos ellos bajo el título La Montaña en Inglaterra. Si usted no sabe quién es José Ramón, puede saber quién es el gigante de mi corazón leyendo su cuento: https://www.amoramares.works/post/el-gigante-de-alegrilla-un-cuento-para-ram%C3%B3n
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