La primera ciudad cubana que se arrulló con una canción romántica propia fue Bayamo. La madrugada del veintisiete de marzo de mil ochocientos cincuenta y uno, un tristísimo Paco se plantó valiente debajo de una ventana y cantó la canción que sus dos amigos compusieron cuando se hartaron de su mal de amores. ¿No te acuerdas, gentil bayamesa, que tú fuiste mi sol refulgente?... Ven y asoma a tu reja sonriendo... ven, no duermas, acude a mi llanto, pon alivio a mi negro dolor... cantó Paco. Bayamo se conmovió, convenció a su hija, la gentil bayamesa que se llamaba Luz, y la vida de Paquito se iluminó. Años después, la primera ciudad cubana que cantó el anhelo de independencia fue Bayamo. Al combate corred, bayameses, que la Patria os contempla orgullosa, no temáis una muerte gloriosa, que morir por la Patria es vivir...* La primera capital de la República Cubana en Armas fue Bayamo, cuando la Guerra de los Diez Años, o La Guerra Grande, como también se llamó, comenzó. Los soldados españoles que llegaron desde la península para “sofocar la rebeldía cubana” encontraron a Bayamo en llamas. Ardían los almacenes y las iglesias, las mansiones y las chozas, las tiendas y las boticas, las escuelas y los teatros y los bayameses abandonaban su ciudad. Sonreían, contó un soldado español. Los cubanos que pudieron luchar lucharon, los que tuvieron que exiliarse se exiliaron, los que pudieron instalarse en otras ciudades se instalaron en otras ciudades y los que tuvieron que echarse al monte se echaron al monte. La Guerra Chiquita siguió a La Guerra Grande. La vida se llenó de muerte, los pechos de angustia y las heridas de gusanos. Un día, los cubanos aprendieron a mezclar pólvora con limón para aliviarse la piel de las picaduras de los bichos. Otro día y pese a todo, despertaron cantando, ¿estamos cantando?, se preguntaron perplejos, ¡sí, estamos cantando!, se respondieron solitos, lo celebraron bailando y concibieron al Son. El veinticuatro de febrero de mil ochocientos noventa y cinco, la tercera guerra por la independencia de Cuba, La Guerra Necesaria, como se llamó, estalló. Cuba venció. Con ayuda de un matón, pero venció, o eso pareció.
Treinta y tantos años más tarde, una bayamesa miraba el perejil desde su ventana cuando vio a un hombre pasar. Fue un flechazo, contó su hijo mucho después, mi papá era muy buenmozo. El buenmozo se enamoró de la bayamesa en un baile. Los mojigatos de Cuba hacían una pataleta tras otra, intentando desterrar al Son Cubano, ¡una indecencia de pobres y de negros que amenaza las buenas costumbres y el orden público!, hasta que el Presidente de la República pidió a la Sonora Matancera que le hiciera el favor de cantar en su fiesta de cumpleaños y así el Son derrotó a los mojigatos. La bayamesa y el buenmozo se casaron y sus cinco hijos nacieron en Bayamo. El menor, que nació un veinticuatro de febrero como el Grito de Independencia de su tierra, se llamó Pablo y les salió inmortal.
Pablito ganó todas las competencias de tango que sus primos y él montaron y cancionero en mano, amó a Gardel y entonó himnos a estrellas celosas, al amparo de una risa leve y a la esperanza humilde, que es toda la fortuna de un pobre corazón. El papá de Pablito, tan buenmozo, lo acompañaba tarareando y su mamá observándolo atenta. La familia se mudó a La Habana y Cuba estrenó otra dictadura. Pablito cantaba en las actuaciones de su colegio y en las de otros colegios, en las reuniones de su familia y en las de otras familias, en las de su barrio y en las de otros barrios, cantaba todo el día el pobre, harto de cantar porque no hay madre latinoamericana que acepte un no quiero de sus hijos. ¡Serás famoso!, le dijo, lo matriculó en el Conservatorio Municipal y comenzó a planear cómo saludaría a los admiradores de su hijo desde una limosina. Un día, Pablito volvía a casa desde el conservatorio cuando pasó por un bar en el que un trovador cantaba con una guitarra. Se paró en la puerta para escucharlo y casi se murió de emoción. Llegó a su casa corriendo, ¡mamá por favor cómprame una guitarra! Y la señora, que era costurera, no sacó el pie del pedal hasta que tuvo la plata para la primera guitarra de su hijo. Cose que te cose la bayamesa y sueña que te sueña el bayamés, con Caridad, la niña más bonita del barrio, cuando tenga mi guitarra y empiece a cantar mis canciones románticas, seguro me preferirá por encima de todos. Cuando la guitarra llegó, Pablito no pudo plantarse debajo del balcón de Caridad porque casi se murió de vergüenza, era muy penoso, como dicen los cubanos, y sus once años no le alcanzaron para derrotar al susto del amor. Entonces la vida tomó nota y cuando Pablito creció, lo compensó con un montón de amores, pese a que nunca tuvo pinta de hombre que a cualquier dama asombre. Pablito, su guitarra y su mamá peregrinaron por todos los programas de radio y televisión. ¡Un día serás famosísimo hijito! A los dieciséis años, Pablito comenzó a cantar profesionalmente, aunque como del arte no hay quien viva por lo menos al comienzo, trabajó también en otro montón de cosas.
En el país de Pablito, un militar exrevolucionario y exPresidente había dado un Golpe de Estado, ilegalizado los partidos políticos, repartido el Poder entre sus amigos y encima, se había asignado el sueldo más alto del continente. Según los estudiosos, el Dictador se dedicó a defender los intereses económicos del país matón que había ayudado a Cuba a lograr su independencia, y cada día era más evidente que a los gringos les encantaba que Cuba fuera independiente, siempre que no fuera demasiado independiente. Entonces, unos barbudos se enojaron y montaron una revolución para expulsar al Dictador y en contra de la corrupción y a favor del nacionalismo, los derechos de los pobres y la libertad, dijeron. La Revolución triunfó. Un montón de cubanos salió disparado de la isla, estos son comunistas, alertó. El Gobierno Revolucionario no es comunista, respondió el barbudo que se llamaba Fidel y aseguró que su Revolución sería original. Y aunque muchos cubanos se fueron, los estudiosos también afirman que muchos de los que se quedaron bailaron con la esperanza, tendremos un país justo, creyeron, y otro montón de pensadores de aquel tiempo también lo creyó, entre ellos, Pablito, que trabajaba como un burro, cantaba y seguía estudiando música. Un día, unos soviéticos grandazos llegaron a Cuba para intentar seducirla y aunque el calor estuvo a punto de derretirlos, no se quejaron ni nada, piropea que te piropea a la perla antillana. Otro día, los gringos intentaron invadir Cuba. ¿El socialismo molesta al imperialismo?, se preguntaron los barbudos y poco después Fidel anunció que él y todo su país eran marxistas-leninistas para siempre. Y los dolores de antaño entraron por las ventanas cubanas y se instalaron en su porvenir. Pocos años más tarde, los revolucionarios encerraron a Pablito porque opinaba mucho y seguro era hippy.
Recibió un telegrama anunciando que había sido elegido para el servicio militar y debía presentarse de inmediato. Aunque no se moría de ganas de ir, lo consideró su deber de revolucionario y cayó en una trampa. No lo habían citado para que cumpliera un deber sino para castigarlo por bocón, por andar diciendo que la revolución comenzaba a parecerse mucho a la represión y los revolucionarios dejan de alentar las quejas cuando alcanzan el Poder. Era el tiempo de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, el eufemismo que designaba al trabajo forzado destinado a reencauzar a los considerados contrarrevolucionarios, vagos, homosexuales, descontentos o cualquier cosa que molestara a los barbudos. El campo de concentración estaba custodiado por guardias armados con bayonetas y rompió el corazón del artista de veintitrés años. Ustedes son árboles que han nacido torcidos, oyó cada amanecer y un día, el campo aumentó su población de sopetón porque los revolucionarios sacaron a los delincuentes de las cárceles y los mezclaron con los chicos. Tiene que haber un error, se repetía Pablito, los compañeros revolucionarios no nos encerrarían por las puras, ¿o habré nacido torcido de verdad? Escribió a los amigos que tenía libres y le enviaron libros. Leyó un montón cada noche, porque de día trabajaba a la fuerza y gratis. Los libros le contaron lo que estaba sucediendo pero él no quiso aceptarlo, siguió creyendo que vivía una equivocación gigantesca y una noche se fugó. Caminó mucho y escondido como un ladrón aunque nunca había robado nada y cuando llegó a su casa, su familia le aconsejó regresar al campo porque al fin y al cabo, aquella revolución no tenía nada de original. Regresó y cumplió el castigo, dos años o algo así. Y cuando salió, decidió olvidarlo porque tenía que haber sido un error.
Un par de años después, la Nueva Trova nació y Pablo fue uno de sus padres. Él lo explicó más o menos así: “la Nueva Trova irrumpió con afán de decir cosas nuevas, así nació y así se quedó, sin planteárnosla... influenciada por la poesía latinoamericana, especialmente la de Vallejo, también Martí, Neruda...” La Nueva Trova es una mezcolanza fabulosa que canta al amor, a la vida y a la realidad desaforada de nuestra siempre sangrante y sin embargo, siempre esperanzada América Latina. La voz de Pablo se nos grabó en el alma y se convirtió en una de nuestras señas de identidad. Él nos explicó que el amor llena nuestro espacio de luz y nuestros minutos de razones para respirar y nos contó que hay nombres que aunque pronunciemos con cierta ternura, nos ahogan en dolor. Pablo nos cantó las dulces mentiras y las grandes verdades que nos inventamos para perdurar y nos advirtió de que en la vida todo se va, todo tiende a pasar y que al final del viaje, todo vuelve para comenzar. Juntó su sentimiento al nuestro para hacer más bello el camino y mientras tanto, coleccionó señalamientos. En su tierra lo tacharon de contrarevolucionario y fuera de ella de castrista. Cuando denunció uno de los Golpes de Estado en El Dorado y cantó que los traidores pagarían su culpa, la mitad de un continente señaló a la otra mitad porque en los países de habla castellana, el traidor siempre es el otro. Cuando aceptó que su patria estaba llena de fantasmas que alimentaban sueños y falsas promesas, admitió que la revolución había sido un fracaso, los días de gloria se fueron volando y yo no me di cuenta, sólo la memoria me iba sosteniendo lo que un día fue..., cantó, y confesó que no había sido fácil tener una opinión que hiciera valer su identidad, su libertad para ser él, prometió fidelidad a su modo de ser y cumplió.
Gracias mamá por obligarme a cantar, escribió en su primer disco y fue famosísimo, como ella predijo. Se presentó en los escenarios más importantes del mundo y su voz congregó a los latinoamericanos desperdigados. No sé si usted me conoce, me llamo Chabuca Granda, le dijo una peruana que se le acercó después de un recital, Pablo se arrodilló, tú eres la gloria de América, le dijo y besó su mano. Cuando escuchó al Polaco cantando tangos, se emocionó tanto que se puso a llorar. Vivió la alegría de cantar con dos de sus hijas. El Mejor* prologó uno de sus discos y su último amor le donó el riñón que alargó su estancia en la tierra.
Para el poeta que mi hermano me enseñó a amar. Gracias Pablo por llenar nuestro espacio con tu luz.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Santander, diciembre del 2022
*La Bayamesa, de Pedro Figueredo, después llamado Himno de Bayamo, es el himno nacional de Cuba.
*Gabriel García Márquez "prologó" uno de los discos de Pablo Milanés.
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