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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Un cuento para Pedrito

Un peruano inmortal fue concebido en un sofá viejo de un rincón de la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú. Las musas del lugar, el amor y una genética genial colaboraron felices con la creación. El siguiente verano, un bebé artista de casta de artistas nació bonito, morenito, con ojitos delineados de turco, y lo llamaron Pedro.  

El abuelo paterno de Pedrito fue un pintor cuya peruanidad la Guerra del Pacífico quiso arrebatar aún antes nacer, quien revirtió el disparate escondiéndose en un buque anclado en Tarapacá rumbo al Callao. De vuelta en la patria, se incorporó al ejército y como su sueldo no duraba nada, de vez en cuando se inscribía en peleas clandestinas y las ganaba todas, porque era campeón de jiu-jitsu. En cuanto pudo, se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y terminó siendo su Director dos veces. Se identificó siempre como peruano, grabó su nombre en la historia de nuestro arte y quizá por ello, murió de un infarto feliz en un ataque de risa contando un chiste mil años después. El papá de Pedrito, hijo del patriota, fue artista, escultor, inventor y profesor de arquitectura. Tenía una mirada dulce y penetrante, era barbudo, con pinta de hippy y aunque notar el parecido resultara sacrílego, sus amigos lo apodaban Jesucristo porque era igualito. Era librepensador y sabio, un espíritu noble y puro como su amor de padre. 


Mientras su papá esculpía, tomaba fotos, pintaba o inventaba máquinas, a su lado, el pequeño Pedrito descubría que, si golpeaba un adorno, el ruido que producía era en realidad una nota musical, entonces, agarraba todos los adornos de la casa, los ponía en orden de tamaño y los tocaba como a una marimba; un día, con tres cambios, él solito y chiquitito, tocó un rock and roll. Otro día, tomó la guitarra y la tocó, aunque nadie le había enseñado a tocar y después, se sentó al piano y lo tocó, aunque nadie le había enseñado a tocar. Su hermano menor tuvo una idea más estruendosa: él tocaría el bajo, su papá le consiguió uno con un amplificador gigante y viejísimo que puso toda la manzana a saltar como una rana oyendo blues. Un patrullero de la policía daba vueltas y vueltas en busca del origen del escándalo, pero ningún vecino los delató, quizá porque a los Suárez-Vértiz los quiere todo el Perú, aunque metan mucha bulla. La mamá de Pedrito era trabajadora, paciente y muy volada, una vez y de la nada, recordó que de chiquita había tomado el té con su vecina y John Wayne, y que cuando salió disparada a contárselo a su papá, un marino correcto, muy estricto y chistoso hasta cuando estaba serio, éste le dijo serísimo, aunque chistosísimo, que no estuviera molestando a los vecinos y que qué iba a hacer John Wayne en Lima, aunque aquel gringo grandote sí fue John Wayne. Como era tan volada y tan paciente, la mamá de Pedrito era capaz de dormir la siesta mientras sus hijos reventaban el piano y el bajo, su barrio saltaba como una rana oyendo blues y un patrullero daba vueltas, vuel-vuel-vuel-vueltas.  Un día, el papá de Pedrito lo miró con sus ojos dulces y sabios y le dijo, en una semana irás a un lugar donde aprenderás muchas cosas, se llama colegio.


El colegio era mixto, de monjas gringas que lo decían todo en inglés y vendían los brownies más ricos del mundo. Ahí, Pedrito aprendió a entender a la gente normal y a adaptarse al mundo, como contó cuando se volvió famoso. Quizá las musas que participaron en su concepción intervinieron, y a ellas se debió que su promoción estuviera llena de niños coleccionistas de discos de todos los géneros musicales, que se hicieron amigos para siempre. Mientras los hombrecitos pasaban los recreos juega que te juega, al fútbol o a la guerrita, Pedrito los pasaba conversa que te conversa con las mujercitas y enamorándose a cada rato para toda la vidaChocolate, apodó una chiquita bien linda al morenito bonito con ojitos delineados de turco y él se convenció de que las mujeres nacemos con el don de hacerlo feliz. El amor me ha embriagado desde los seis años… hasta he llorado pidiéndole a Dios que me haga olvidar a una chica, pero cuando lo lograba era porque empezaba a pensar en otra chica… No le recomiendo a nadie ser así, a menos que escribas canciones… para eso sí sirve ser así, contó cuando se volvió famoso. Pedrito reventaba el piano todas las tardes justo a la hora de la siesta de su mamá, hasta que conoció a Los Rolling Stones y a Los Beatles y casi se murió de ilusión. Entonces, agarró la escoba, se paró frente al espejo y comenzó a jugar a ser rocanrolero. Como era tan volado como su mamá, una noche al regresar del trabajo, su papá lo encontró tristísimo porque acababa de recordar que la actuación del día siguiente en el colegio requería un atuendo complicadísimo, lleno de tiras de colores, y en su casa no había máquina de coser. Cuando Pedrito despertó al día siguiente, vio un disfraz listo, lindo y hecho a mano por Jesucristo, un espíritu noble y puro como su amor de padre, que dormía en el sillón y era artista, escultor, inventor y profesor de arquitectura. Encima me premiaron, contó cuando se volvió famoso. Un día en clase de arte, la Miss ordenó a los niños que formaran grupos, creen una canción, pidió, y Pedrito compuso su primer rock and roll, cuando sea grande me ganaré la vida con la música, dijo a sus amiguitos y los chiquitos casi se murieron de risa porque en el Perú, del arte no hay quien viva. La mamá de Pedrito, que era trabajadora, paciente y muy volada pero no tanto, empezó a juntar plata poquito a poquito, y cuando él era adolescente, le regaló una guitarra eléctrica. El morenito bonito con ojitos delineados de turco, que se había convertido en un flacuchento, fundó su primera banda de rock. La banda tocó en todas las kermeses de los colegios, las chicas enloquecieron y Pedrito creyó que se moriría de felicidad. El colegio son sólo once años que en retrospectiva, parecen medio siglo… hasta hoy sueño que doy exámenes finales en quinto de media y están a punto de jalarme, contó cuando se volvió famosoel último día de clases, cuando la profesora nos despidió con un “Dios los bendiga en esta vida”, yo dije ¡al fin!


Aunque estaba decidido a ganarse la vida como músico, Pedrito quiso estudiar en la universidad por puro escozor intelectual. Eligió la carrera de Comunicaciones, porque comunicar es poder generar algo común para integrar a los seres. Las musas que participaron en su concepción intervinieron otra vez y le tocó una clase llenecita de mujeres y sólo dos hombres, me sentí un obstetricio, contó cuando se volvió famoso inventándose una palabra, quien dijo que Dios creó al hombre primero y a la mujer después porque de los errores se aprende, acertó, y confesó que sin la ayuda de las chicas de su clase jamás hubiera podido graduarse, son mucho más inteligentes que nosotros. “Parecía un príncipe gitano que levitaba por los pasillos de la facultad, siempre perseguido por las chicas más lindas de Lima… era un rockstar…”, o algo muy parecido, escribió un periodista que lo conoció en aquel tiempo. Según dicen, Pedrito de verdad era un éxito entre las chicas, aunque cuando se volvió famoso, contó que los amores al paso nunca le habían gustado, ¿una vaina así, al vuelo, tipo gato? ¡Nooo!, el sexo sin amor va dejando de lado el espíritu hasta marchitarlo por completo. Cuentan que andaba siempre vestido de negro, en actitud de quien intenta desentrañar el misterio de la inmortalidad del mosquito, preguntando las cosas que nadie pregunta y hablando de los temas de los que nadie habla. “¡ES UN FUMÓN!”, concluyeron por lo tanto los mudos, porque siempre ha sido más fácil etiquetar que pensar.


Quizá el único tiempo peor que aquel en la historia del Perú fue el de la Guerra del Pacífico. La inflación batía tantos records que ni el prefijo “híper” la alcanzaba, y un enemigo feroz mataba peruanos de todos los colores, de dos o cuatro patas, porque ni los perros se libraron del afán sanguinario del peor terrorismo que el mundo había conocido hasta entonces. De los postes de luz, sin luz porque los terroristas dinamitaban las torres eléctricas, colgaban los pobres perros mensajeros del odio. Se diseminó entre los pueblos olvidados por Dios, por el Estado y por el resto de peruanos; creció como crece el mal cuando lo dejan, llegó a las ciudades y hasta la esperanza comenzó a abandonarnos. La emigración imitó a la inflación y entre los que nos quedamos, los únicos con suerte fuimos los colegiales, porque las tareas de hacer milagros para multiplicar los panes y malabares para esquivar las bombas, fueron de los adultos. Los políticos no atinaron ni una y quienes intentaron defendernos murieron descuartizados a manos de los emisarios del mal. Es difícil entender ahora cómo hizo el Perú para sobrevivir tanto horror, quizá lo logró porque se llama Perú y porque algunos de sus hijos lo ayudaron. Uno de ellos, fue Pedrito.

Durante uno de los silencios que siguió a una de las explosiones, se escuchó a un chico cantar… estoy atrapado y no puedo salir… ¿es que no ves que hay una bomba que se desprende de mi ser y se transforma en algo horrible? Abrázame, no sé qué hacer… hoy siento pena, siento pena de mí... Quizá se reconoció en la letra o se relajó con el ritmo, el asunto es que el país siguió escuchando y cuando conoció la historia de un resfrío en Brasil (Por la carretera, cruzando la frontera una linda morena me dijo “llévame, yo me acomodo atrás”. Yo le dije “si me guías te llevo de rodillas donde tú me pidas” … Nos mojó la lluvia, me sorprendió la fiebre y en plena penumbra me empezó a besar, fue fenomenal… de tantos besos la contagié, en cama cinco meses pasé… Era una maravilla, con su tanga de estrellitas se me ponía encima y no podía respirar, fue fenomenal… Todo me dolía, ella estornudaba, pero resistía… No supe nunca hablar portugués, pero qué bien que me comuniqué… Nos dimos el adiós, qué penoso adiós…), el Perú casi se murió de risa, de ternura y de alivio, porque aún en el peor de los horrores, seguía habiendo vida, seguía habiendo amor y hasta seguía habiendo ilusión. Bailó, nuestro país, muerto de risa con la descripción perfecta de las borracheras de sus adolescentes… ¡Uh!, cuando la cama me da vueltas… ¡Un, dos, tres, va! Por la calle regresé, embriagado hasta los pies… con la mesa me estrellé y del ruido desperté ¡uh!, a mi mamá, tambaleando me acerqué y con un beso la asfixié… Todo se nubló y el remolino me agarró, la casa la sentía de cabeza, con acrobacias avancé hacia mi cuarto y me dejé ¡uh!, desparramar… ¿qué puedo hacer? Cuando la cama me da vueltas, me agarro y no lo puedo evitar… Arena Hash se llamaba la banda que Pedrito había fundado con su hermano y dos amigos, y los cuatro andaban de estación de radio a estación de radio, casi mendigando que, por favor, por favor, pusieran sus canciones. Arena Hash apareció por fin en todos los programas de televisión y el Perú quedó turulato por los modales estupendos de los mocosos universitarios que cantaban las canciones más desfachatadas de la vida. Ensayaban en la casa de Pedrito y su mamá, que era trabajadora, paciente y muy volada pero no tanto, les llevaba la comida al garaje mientras los chiquillos reventaban la batería, la guitarra, el bajo y el teclado, mezclando rock con todo lo imaginable y hasta lo inimaginable, su barrio saltaba como una rana oyendo blues y un patrullero daba vueltas, vueltas, en busca del origen del escándalo sin que ningún vecino los delatara, porque a Arena Hash la quiso todo el Perú, aunque metió un montón de bulla. Los chicos comenzaron a intercalar las clases con los conciertos, comenzaron a recorrer el país pese a las bombas de los terroristas, y comenzaron a hacerse hombres. Cuando el papá de un amigo suyo murió, Pedrito fue a darle el pésame porque lo quería y también, porque su propio papá había muerto y comprendía. En el velorio, vio a su amigo y a los asistentes tan tristes, que pidió la guitarra del difunto y pasó horas tocándola y cantando para transformar el momento en algo casi feliz. El segundo disco de Arena Hash fue una locura y contó, entre otras, la historia del Rey del Ah, ah, ah… Hace años mil hubo una princesa que no podía vivir sin hacer ah, ah, ah. Ella solía dormir en un súper King Size con soldaditos mil y una gran orquesta. Ellos tocaban sin, tocaban sin parar y así nadie iba a oír el feroz “ah, ah, ah”. Pasaba por ahí un trovador bacán, llevaba un calcetín justo en la zona Ah… La princesa lo vio y ordeno descansar, “a ver buen trovador, ¿qué me vas a enseñar?… La princesa pidió una venia total, pues con el trovador ella se iba a casar. El trovador dijo no a la corona, pues él nació siendo el Rey del Ah, ah, ah...  La banda de Pedrito desalojó a los cantantes gringos de las radios y llenó todos estadios peruanos bajo una lluvia de calzones. Nunca una banda peruana había tenido tanto éxito. Entonces, las autoridades de la universidad de Pedrito lo llamaron, “representas a la Universidad y tenemos que hacer algo al respecto”, le dijeron, contactaron al Jefe de la Facultad de Comunicaciones de una universidad gringa, “tenemos un fenómeno, un teen-idol”, y ese señor llevó a Pedrito a un seminario en Holanda, para que entendiera la responsabilidad que se había echado encima y Pedrito entendió. La noche de su graduación, con toga, birrete y una corbata de cartulina que luego tiró, cantó a capela y lo aplaudieron tanto, que el estruendo casi silenció al de las bombas terroristas.


El Perú respiraba con las justas, estaba en “shock”. Acababa de recibir “El Paquetazo” (un paquete de medidas económicas). Las hiperinflaciones sólo se derrotan a lo bestia, y aunque el nuevo gobierno ganó las elecciones porque había jurado que no lo daría, lo dio, y subió los precios de todo de un solo golpe: a lo bestia. La plata que una familia de clase media gastaba en un mes, por ejemplo, alcanzó sólo para el pan de unos días, que no pudo comprar porque las tiendas cerraron, quizá por no saber cuánto cobrar, o por la vergüenza de tener que cobrar tanto por un pan. El sueldo mensual de la mayoría, que ya era insuficiente, equivalió de súbito a menos de veinte dólares. Fue peor que terrible. Miles se encomendaron a la Virgen, se mandaron mudar y así, el mundo siguió llenándose de peruanos. Las disqueras se fueron al diablo, como miles de empresas. Pedrito rezó por un milagro que hiciera que alguien financiara el tercer disco de su banda, pero su tierra gritaba tanto y tan alto, que el suyo se perdió entre los millones de ruegos que llegaron al cielo desde el Perú, o quizá no. No tenía ni un centavo cuando se enteró de que iba a ser papá. Vendí todos mis amplificadores e instrumentos para poder pagarle una habitación en la clínica a tu mamá… Te convertiste hasta hoy en la locomotora que hace avanzar los vagones de mi vida. Me tuve que convertir en solista para sacar adelante a ti, a tus hermanos y a tu mamá, escribió años después a su hija mayor, cuando no pudo cantar. Con una guitarra electrostática que su hermano le prestó, Pedrito comenzó a trabajar como un burro y recorrió un país doliente, de pueblito en pueblito y de ciudad en ciudad, juntando cada pago, casi invisible de tan poquito, cantando que iba a perseguir a una estrella fugaz. Grabó su primer disco, austerísimo y sólo en casete, luego de canción en canción y finalmente, en el novísimo formato de CD. La estrella fugaz se enamoró del morenito bonito con ojitos delineados de turco que tanto la perseguía, y concedió su deseo: el disco fue su mayor éxito hasta entonces. Una disquera internacional lo contrató y ganó un Triple Disco de Platino a nivel nacional. El número de discos que un artista vende en su propio país es el caché que le abre las puertas del extranjero. El reconocimiento, de haber representado el número real de ventas, hubiera sido el Infinito Platino, pero en el Perú los piratas no habitan el mar sino el mundo del arte, “¡EL ÚLTIMO DE PEDRITO, EL ÚLTIMO DE PEDRITO!”, coreaban los vendedores ambulantes durante el rojo de los semáforos. Es un símbolo de estatus, para los escritores o cantantes peruanos, ver su obra pirateada. Y mientras bailábamos sacudiendo las caderas como desgraciados, sobreponiéndonos al terror de las bombas, secuestros y asesinatos, Pedrito nos contaba, como quien cuenta poco, que la muerte no existe porque una flor y un colibrí le habían dicho que algo inmenso hay después; o que cuando los ojos de una mujer son muy bellos, a nadie le importa que el amor no more en ellos. El primer premio internacional llegó desde Panamá. 

Las musas que participaron en la concepción de Pedrito intervinieron una vez más y un peruano ayudó a otro peruano. “Tú eres un clásico en vida, la voz de nuestra generación, nuestro Springsteen”, le dijo en público Jaime Bayly y en secreto lo llevó a conocer a Emilio Estefan. Su talento dejó turulato al rey de la música en castellano, aunque Pedrito, tan volado como su mamá, casi ni cuenta se dio porque estaba turulatísimo frente a las guitarras autografiadas por los Rolling Stones… ¡maaanyaaa!, ¡alucina, huevón! La reunión fue secreta, pero unos cuantos se enteraron y sugirieron a Pedrito que publicara sus fotos con Estefan. No creo que a él le guste que yo ande haciendo marketing con un momento de confianza que gentilmente me regaló, respondió, retratando su alma y su casta. Tiempo después, el nieto del patriota tarapaqueño volvió a matarnos de risa con la historia de un autito colosal que una vez, mientras saltaba como una rana, fue abordado por un policía… tiré el asiento para atrás, “a ver, mi amor, quisiera ver en carne viva aquellas piernas que toqué en la oscuridad” … mi auto era una rana, saltaba oyendo blues… Entró una luz incandescente, ella me dijo “los marcianos nos vinieron a llevar”. Bajé del auto con cuidado, se me acercó un verde* señor, “disculpe, jefe, no me lleve, soy cantante y le prometo hablar de usted en esta canción…” y luego nos mató de ternura otra vez, contándonos que una flor le había develado el misterio de su llanto al alba… mi amor es un ser que se eleva con las alas y por la noche está conmigo, durmiendo sobre una rama… Viajaba Pedrito y triunfaba, sin campañas publicitarias millonarias, a puro talento y trabajo, cuando un día, su disquera le asignó un productor musical de los gigantes. La única explicación que pude darme fue la influencia de Estefan, escribió mucho tiempo después, cuando no pudo cantar. Y entonces, los hispanohablantes de todo el mundo comenzaron a conocerlo de verdad.


Las entrevistas tontas revelaron sus modales estupendos, las dirigidas por expertos en música demostraron sus conocimientos y las más bonitas, expusieron la limpieza de su alma. Pedrito veía la vida de otra manera, cantaba lo que pocos se atrevían a contar, aunque no fueran novedades, y era capaz de hacernos reflexionar, aun en plena fiesta, con una frase escondida en una estrofa. No era un “fumón”, como seguían pensando quienes piensan poco, soy un loco de verdad, pero muy cobarde para ejercerlo. “Veía cosas que el común de los mortales no veíamos y, lo que es más asombroso, las decía con absoluta naturalidad…”, escribió un entrevistador de los buenos. La primera vez que vio a la gemela de su esposa, por ejemplo, a Pedrito no se le ocurrió que fuera una gemela sino un “poltergeist”. Se casó con ella dos veces; en el primer casamiento sólo hubo dos novios asustados y una panza de ocho meses. En el segundo hubo fiesta y tres hijos, el menor es bonito, morenito y tiene ojitos delineados de turco, parece hijo negado, contó su papá. Pedrito habló mil veces de cuánto amaba a su esposa, aunque su manera de explicar aquel amor siempre fue para morirse de risa. Nunca se le conoció un comportamiento inadecuado, pese a que los calzones siguieron lloviéndole, encima y debajo del escenario. Al inicio de su internacionalización, tenía terror a los aviones, no por miedo a morirse, sino a que mis hijos se queden sin padre, y cuando pudo pagar un seguro de vida, se le quitó la aerofobia. De canción en canción, Pedrito fue mostrándole al mundo de qué estaba hecho, le contó historias de amor, fue quizá que mi alma en tu cuerpo entró y no regresó jamás; y de anti amor, …ella bajó la escalera, no fue la primera y un muchacho muy amable salió, “vamos, yo soy buena gente, tómate esto que hace calor”. Y en un segundo la puso a dormir y en un segundo la pudo desvestir. Cuando ella abrió los ojos estaba tirada en un jardín…


De regreso de una gira internacional, al entrar en su casa vio los retratos de sus hijos sobre el piano y casi se murió de gratitud, aunque después nos contó que lo primero que pensó fue ¡paaasuuu!, ¿cómo llegué acá?, ¡soy un señor! Quizá para consolarlo, en su país nunca nadie lo llamó Señor, sólo Pedrito, que es mucho más que Señor. Se codeaba con los cantantes más reconocidos en los escenarios más importantes del mundo y a la vez, seguía cantando en el Perú, al que conocía mejor que cualquier intelectual. Creo que soy un peruólogo, dijo, inventándose otra palabra y era verdad, al fin y al cabo, lo había recorrido mil veces con una guitarra prestada al hombro, de pueblito en pueblito y de ciudad en ciudad, en el tiempo en que el terror reinaba, sólo por cumplir la promesa que se hizo a sí mismo: él se ganaría la vida como músico, aunque tuviera que trabajar como un burro y los piratas le robaran sus ganancias. Lo había logrado, Pedrito, y al labrar el camino que su anhelo señaló, devolvió el derecho a la ilusión a una generación. Quizá fue entonces que comenzó a notar cuánto lo queríamos. Sus conciertos en el extranjero congregaban a los peruanos desperdigados, iban a verlo felices, a desgañitarse cantando las canciones de sus primeros amores y sus primeras borracheras, y Pedrito les escribió Cuando pienses en volver, un huayno tocado a “contra-ritmo”, que terminó siendo el himno de los peruanos expulsados por el terror y por la falta de plata… cuando ya tú estés acá, trabaja hasta las lágrimas como lo hacías allá, sólo así verás que tu país no fracasó, sino que tanto amor te relajó… Años después, mientras componía una balada que habla del desgarro del alma frente a la muerte, Pedrito no encontraba la forma de expresar con exactitud y belleza aquel dolor visceral, hasta que se le prendió el foquito, llamó a Juan Diego Flórez y él entonó el lamento que Pedrito buscaba. Otra vez, un peruano ayudó a otro peruano y el mundo supo que el Perú es mucho más que lo que los noticieros cuentan y los burros creen.


En uno de sus viajes, la tripulación reconoció a Pedrito y le cambió el asiento por uno mejor. Una aeromoza que no estaba al tanto le ordenó volver a su lugar y él tuvo tal ataque de pudor, que no fue capaz de responder. Ese día descubrí que tenía algo más que un problema de estrés, escribió años después, cuando no pudo cantar. El incidente no ameritaba esa reacción y menos aún los problemas para vocalizar que le siguieron, y así comenzó su peregrinación de neurólogo a neurólogo. Le hicieron mil exámenes, no encontraron nada y lo mandaron al psicólogo, como suele suceder. Esperaba algún tipo de desarreglo psicológico para atacarlo y recuperar mi buena vocalización, pero nada de eso ocurrió. “Pedrito está fumadaaazo”, volvió a decir la gente cuando escuchó alguna entrevista en la que no se le entendía con claridad. Tengo un problema de mala vocalización, aunque los médicos dicen que no tengo nada, explicó y pocos le creyeron. En los conciertos en casa, las cámaras de televisión comenzaron a enfocar únicamente su boca, sus amigos reporteros le confesaron que la orden era clara: grabar sus defectos de dicción para hacer un reportaje, mientras más tremendista, mejor. “¿QUÉ TIENE PEDRITO?”, se imprimió y se gritó en su país, “¡qué tienes, hijito!”, lo tomaban del rostro las señoras en la calle. “Mi papá quiere conversar contigo”, le dijo una amiga y Pedrito fue, aunque estaba harto de médicos, pero aquel era un especialista en desordenes raros y atinó. La enfermedad neuromuscular no tenía nombre en castellano ni cura, y había empezado por atacar los músculos del habla. Tenía seguros para todo: accidentes, infecciones, muerte, pero no para esto. Pedrito lanzó una nota de prensa describiendo la situación, pero las cámaras querían grabarlo hablando mal y tuvo que detener toda presentación para no regalar imágenes explotables, porque iban a seguir especulando… y eso podía asustar mucho a mis hijos. También dejó de contestar el teléfono porque las hipótesis de la tele y los periódicos amarillistas eran más sabrosas que la verdad, ¡carajo!, ¿qué querían escuchar por Dios? No estaba preparado, pero asumí el reto y me lo tiré al hombro… ya me tocaba un bajón… La vida te pasa y después la entiendes… ¿cómo que por qué?, porque así nomás es, nos explicó años después por escrito, cuando no pudo hablar.


Pedrito tomó todas las medidas que se le ocurrieron para poder seguir siendo cabeza de familia, una de ellas, fue escribir. Tuvo una columna en una revista, en ella comentó la vida y siguió diseccionando el misterio de la inmortalidad del mosquito. Escribió como antes había cantado, en peruano y en simple, sobre lo cotidiano y lo trascendente. Quizá por pertenecer a una generación para la que lo político fue siempre incorrecto, no pareció comprender la novísima imposición de ser “políticamente correcto”, o si lo hizo, decidió ejercer su derecho a la locura y se dio el lujo de opinar como en el tiempo en que el sentido común valía más que el derecho a ofenderse. La vida le había pasado, al cantante más exitoso del Perú, y lo había dejado mudo porque a los peruanos nos pasan esas cosas, pero el morenito bonito con ojitos delineados de turco se valió de la tecnología para escribir, porque había perdido la coordinación muscular necesaria para tocar un instrumento, pintar o esculpir, y él era artista, hijo de artista, nieto de artista, y tenía que expresarse. Una editorial con buen ojo comercial le pidió un libro y fue su primer “best seller”. En Yo, Pedro, a Pedrito le dio la lora, vació el alma, nos contó el tiempo horrible en que lo diagnosticaron, a su estilo, intercalando la descripción de la sentencia pavorosa que recibió a los cuarenta y dos años, con experiencias divertidísimas que explican por qué lo queremos tanto. La editorial publicó después un par de cuentos infantiles y otro testimonio de Pedrito, mientras él siguió alborotando el gallinero vía sus “redes sociales”. Fundó una banda que lleva su nombre, a la que encargó seguir tocando su música, siguió componiendo y hasta logró presentar una canción con su voz gracias a la inteligencia artificial. Aunque preso en su cuerpo, Pedrito siguió siendo Pedrito y siguió habiendo vida, siguió habiendo amor y hasta siguió habiendo ilusión. Él había demostrado al mundo que el Perú es mucho más que lo que los noticieros cuentan y los burros creen, y quizá por ello, cosechó el amor de un país que ama poco, pero bien. Recibió más reconocimientos que ningún artista peruano, y de vez en cuando, serenatas al pie de su ventana que pusieron su barrio a saltar como una rana oyendo blues. “Pedrito siempre se preguntaba por qué lo queremos tanto, por qué su nutricionista le aseguraba que nuestro unánime cariño hacía que le subiera la bilirrubina, sus defensas se elevaran y sus glóbulos rojiblancos se multiplicaran prodigiosamente…”, contó un periodista.


Nací en el país correcto, escribió el hombre que de niño juró ganarse la vida como músico, aunque tuviera que trabajar como un burro y los piratas le robaran sus ganancias. Lo logró, Pedrito, y al labrar el camino que su anhelo señaló, devolvió el derecho a la ilusión a su país. Pedrito se reunió con Jesucristo el día de los inocentes, a los cincuenta y cuatro años.

Para la esposa y los hijos de Pedrito, con el amor que él legó.


Úrsula Álvarez Gutiérrez.

Arequipa, 22 de abril 2024


Basado en las entrevistas hechas a Pedro Suárez-Vértiz, en sus propios libros, artículos y comentarios, así como en los que se han escrito sobre él. El periodista cuyos comentarios cito es Beto Ortíz. Todas las frases en azul son dichos o trozos de canciones de Pedrito.

*verde señor: en el Perú, los policías llevan un uniforme verde.



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