No recuerdo si en el dos mil quince, dieciséis o diecisiete, escribí un primer artículo tocando directamente el asunto de la violencia contra la mujer en el Perú. Ese artículo (excluyendo los que describen mi Endometriosis) es mi escrito más leído y eso me parece muy triste porque he escrito cuentos muy bonitos, de los que nos reconcilian con la vida. Gil y Mil compartieron mi artículo “Ser mujer en el Perú”, lo republicaron en un montón de lugares además de mi país. Supongo que fue tan leído porque contaba verdades, como por ejemplo, que a nosotras las peruanas, por lo menos hasta a las que ahora tienen alrededor de treinta años, nos han metido la mano en la calle varias veces o hasta a cada rato. El acoso callejero existe en el Perú y mientras más pequeña la ciudad, peor.
Un par de mis cuentos trata acerca de mujeres que fueron maltratadas por un hombre. Como todo lo que escribo, esos cuentos están basados en la realidad. Uno en particular me fue narrado precisamente para que lo escribiera. La mujer me contó su historia mandándome audios, uno cada día. Yo escuchaba mi whatsapp por media hora o una hora cada noche y no tomaba notas porque me dolía demasiado el alma. Sólo una o dos semanas después de que ella terminara de desahogarse hablándole a su teléfono celular, yo pude escuchar por segunda vez cada audio y coger los detalles para hilar el cuento.
Me tomó ese tiempo porque lo que ella contó me dolió, porque lo que ella contó fue un horror y el horror no es un lugar donde yo encuentre solaz.
Más recientemente escribí un artículo acerca del maltrato del Poder Judicial Peruano a una mujer. Una a la que un hombre desnudo y enloquecido arrastró de los pelos en el pasadizo de un hotel para llevarla de vuelta a la habitación de la que ella había escapado. El espectáculo quedó grabado en videos que todo el Perú vio. A la hora del juicio, que demoró un montón, los jueces silbaron, miraron hacia otro lado y todo salió mal. Lo escribí. Escribí furiosa describiendo a un país atónito. Atónito, sí, porque el Perú no tiene la exclusividad de la villanía.
Mi proceso de divorcio fue inmediatamente después de la muerte de mi hermano. La canción Ella, de la española Bebe, estaba de toda moda en las radios del Perú. Me recuerdo a mí misma conduciendo de un extremo a otro de Lima la inmensa oyendo esa canción como si fuera un mantra. Y lo fue. Bebe, con su canción, me ayudó a confiar en que aunque el mundo hubiera caído sobre mí, yo iba a ponerme de pie. Y lo hice. Me tomó varios años y demasiados trabajos pero lo logré y nunca me había querido a mí misma tanto como en ese tiempo. También recuerdo que el primer y único lujo que pude permitirme fue una masajista que iba cada tarde del sábado a intentar descomprimir los músculos que yo destrozaba cada día desde las cinco y cuarto de la mañana hasta las diez y media de la noche en que paraba de trabajar.
Hace poco y de pura casualidad, encontré algo de Bebe en internet y la mandíbula se me cayó. Bebe es boicoteada. ¿Por El Patriarcado Opresor? No. Al parecer, y repito, al parecer, aparentemente y supuestamente, hay mujeres a quienes Bebe no les gusta y proponen boicotearla. No sé qué habrá hecho Bebe para no gustar a las autonombradas feministas, porque así se designan quienes la insultaron en la página que encontré de casualidad. A lo mejor Bebe es la mujer que a ella le da la gana de ser. Vaya con el atrevimiento, debería revisar los conceptos feministas.
Hay una política española cuyo nombre no recuerdo pero me parece que es argentina. Me cae muy mal, me parece tremendamente maleducada, los peruanos tenemos una fijación con los modales. No tengo nada que opinar de su ideología, no opino de política en país ajeno. Conocí a esta mujer en el tiempo del confinamiento, porque entonces yo oía noticieros para enterarme del momento en que llegaran los extraterrestres a invadirnos por fin y acabar con este fin de mundo pavoroso. Y así me enteré de que la señora había sido expulsada de una de las marchas por el día de la mujer en marzo. No entendí nada, claro, la verdad es que yo casi nunca entiendo nada y menos este año. Salieron un montón de políticos, filósofos y opinólogos a explicar que la habían botado porque no era de izquierda o algo así. Ajá.
Desciendo de una larguísima fila de mujeres de oro, literalmente. Las mujeres de mi casta figuran no sólo en libros de historia sino en nuestro cielo y desde allí, nos alumbran cuando la oscuridad nos cubre, como le pasa a todos los seres humanos de vez en cuando. Ellas habitan en mí y en todas nosotras a ambos lados del Atlántico y quizás a ellas deba todo lo que soy. Desciendo también de una larguísima fila de hombres de oro. Caballeros que también están en los libros de historia y en nuestro cielo y quizás a ellos deba también todo lo que soy. En mí habitan hombres y mujeres de bien.
Para las que gritan más, la verdad es más o menos así: los hombres son malos y golpean y las mujeres buenas y dicen únicamente la verdad. Es decir, las mujeres somos algo así como una superespecie, un Cuerpo Glorioso. La postura de las bullangueras es la única que vale y no disienten, una está con ellas o contra ellas en todo. Fuerzan sus opiniones y atacan sin golpes pero queriendo lastimar, mujer contra mujer. Los juzgados sobran en el mundo visto por ellas, supongo. Lo más probable es que este larguísimo preámbulo sea en vano, porque quien necesita la explicación, no la entiende y quien la entiende, no la necesita. Hoy es el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Ojalá algún día se detenga, como mínimo, este ataque mujer contra mujer. Ojalá algún día, la humillación hecha a cualquier mujer, sea recibida por todas. Antes del cuento, un par de frases de las estrellas que alumbran mi cielo:
“… escuelas donde se formen seres libres, fuertes y conscientes”, “…la aspiración recóndita de todo ser humano es su liberación espiritual.” escribió Aurelia Gutiérrez Blanchard el 7 de julio de 1931. Seres conscientes y de espíritu libre, pidió Aurelia, ella no pidió seguidores de “conceptos”.
“Una fanfarronada inútil no es patriotismo. Gritar es hacer ruido. Se confunde el corazón con los pulmones.” Antonio Gutiérrez Cueto, en El Atlántico, 1892
Cuello de cisne
Un extranjero con pinta de galán de cine llega a trabajar a una provincia tercermundista y conoce a una chiquilla con cuello de cisne. Él viene del mundo que ella sólo ha visto en documentales. Ella ama los libros, él ha leído algunos. Ella quiere saber de países, él conoce muchos. A ella le gustan los idiomas, él habla varios. Para ella, él es un gigante, cultísimo, inteligentísimo, guapísimo, un príncipe, una maravilla andante. Cuando está con él, a la chiquilla le tiemblan las piernas, es toda latidos, toda nervios, toda hormonas. Cuando él está con ella, se siente enorme, le gusta esa mirada de fan enamorada. Para él, ella es arcilla manuable y además una belleza ‘exótica’ que luciría mejor en otro lugar. Ella está loca por él. Él está loco por ese cuello de cisne, largo, finito, tan frágil. “¿Se va del país cuando termine su contrato?” “¿Y te dejará?” “¿Eres perra?” “¡Ningún hombre te va a querer cuando él se haya ido!” Pero él no se va sin la chiquilla con cuello de cisne, él no va a dejar a ese trozo de arcilla y dispone en secreto una boda de ensueño. No soy perra, es él quien quiere casarse conmigo. Así empieza la historia de la chiquilla que cayó deslumbrada por un gigante y la mujer que escapó de un pigmeo.
La chiquilla con cuello de cisne llega a una ciudad ajena en un país ajeno en un continente ajeno de un mundo ajeno, rodeada por rostros ajenos de raza ajena y costumbres ajenas constata incrédula que no entiende ni le entienden. Las conjugaciones verbales, las listas de vocabulario, los adjetivos y adverbios que le enseñaron y estudió afanosamente son inútiles. Pide ayuda a su esposo. “No”. “Está claro que perdiste el tiempo estudiándolo”. La chiquilla cree que él, de profesión maestro de idiomas, está jugando a desafiarla. La chiquilla piensa. La chiquilla se hace socia de una biblioteca, pide sus libros favoritos en el idioma ajeno, relee las historias que conoce de memoria y habla acerca de ellas con quien pueda. Por fin entiende y le entienden. La determinación de la chiquilla sorprende y luego divierte al gigante. La chiquilla con cuello de cisne no ha parado de pensar, toma un curso relacionado a su carrera con un diccionario debajo del brazo y consigue un trabajo, se ha hecho un lugarcito en aquel mundo ajeno. Desconcertadísimo, el gigante siente que su altura disminuye un poco, debo haberme acostumbrado a su tamaño descomunal, cree ella al notarlo. Entre arranques de grandilocuencia romántica, con los sentidos estallando de dicha, sintiéndose plena y mujer, ve a su marido desplegar el mundo ante ella como el superhombre que sigue siendo. Una tarde descubre que él tiene una novia cibernética, correos electrónicos ardientes que incluyen fotos en posturas anatómicamente imposibles y textos impensables que la mencionan: “es una chiquilla, no una mujer como tú”. “Quien busca donde no debe, encuentra lo que no quiere”. “Si tú me satisficieras yo no necesitaría a otra mujer” escucha atónita las respuestas. La chiquilla con cuello de cisne se encoge y él vuelve a parecerle un gigante.
Segura de que la culpa es suya, continúa por inercia un matrimonio lleno de altibajos que cumple un patrón de espanto, momentos maravillosos salidos de una película de Hollywood seguidos en ciclo por burlas nuevas y humillaciones. “¿Engordaste, eh?” Esto no está bien, siente la chiquilla. Una noche los gritos hieren tanto que ella piensa seriamente abrir la puerta del taxi en movimiento y lanzarse a la avenida. Esto no está bien, se repite. Llega el golpe, sin manos (¿evitemos a la policía?), ZZZZZ, ZZZZZ restalla la camisa hecha látigo. La chiquilla protege su rostro y aterrada constata que el gigante se achica. Debo irme, decide. Se sienta a pensar procurando no sentir y vomita. El embarazo que los médicos declararon imposible no lo era.
Ella ha cumplido su anhelo de ser madre y el amor que siente es tan inmenso que la envuelve íntegra. Desde que el bebé anunció su venida, el hombre está en fase amorosa. Es el proveedor feliz, el padre de familia con esposa dedicada a la crianza de su bebé. Cuando el bebé cumple un año, ella busca trabajo nuevamente y se da de narices con una crisis económica continental, no hay empleos disponibles en su campo. En casa, el tirano ha vuelto para quedarse: “Soy un burro de carga”, “Esa carne que estás comiendo me tomó veinte minutos de trabajo”. “¡Ociosa, no haces nada!”, grita a la mujer que aplana las calles asistiendo a entrevistas laborales, limpia la casa, lava y plancha la ropa, prepara las comidas, atiende a una criatura, maneja la contabilidad de la empresa del marido (ad honorem) y además, lo atiende a él, como si fuera un niño más. “Analicemos la situación, cariño, ¿eres consciente de que tú me provocas, buscando trabajos de princesa?” “Haz lo que hacen los de tu raza, ¡limpia baños de una vez, que necesitamos el dinero!” vocifera mientras mete una pierna en el calzoncillo que ella lavó. Tenemos que irnos, se dice a sí misma por millonésima vez, ¿pero cómo?
La determinación de la mujer con cuello de cisne da fruto una vez más y consigue un trabajo en su campo. Por fin. Conoce gente interesante, con ideas similares a las suyas. “¿Ideas?” “¿Qué ideas?” “Tú no tienes ideas propias, sólo repites las mías, tú eres mi loro”. Vamos a irnos, decide ella y planea la separación con la calculadora debajo del brazo, concluye que en veinticuatro meses, aproximadamente, tendrá el dinero para vivir con su criatura. Redescubre el feminismo, lee, aprende y sigue pensando. “¡Feminismo!… hay tantas luchas justas en el mundo, ¿por qué no escoges una que valga la pena?” “¿No será que te gustan las mujeres?” “Tu cuello de cisne es tan finito, ¿sabes que puedo quebrarlo con una sola mano?”, dice él, pequeñísimo, entre risas y ella toma en secreto un curso de defensa personal. Atiende con toda su alma las instrucciones del entrenador mientras trabaja, piensa, cuida a su hijo, ahorra y teme. Marcas en los brazos, marcas en el cuello, gritos, humillaciones, hasta que ella se harta. Se pone de pie, adopta la postura de Guardia y enfrenta al hombre bajísimo. Que me pegue, ruega en silencio, que me pegue de una vez para poder llamar a la policía. El marido queda atónito ante el desafío de la posición. “¿Tú crees que eres hombre?” “¿Crees que puedes pelear conmigo?” No pudo. Terminó en el piso y él barrió la casa con sus cabellos al arrastrarla de los pies, sin golpearla. “Analicemos la situación, cariño, ¿eres consciente de que tú me provocaste?”, preguntó, minúsculo.
A la mujer con cuello de cisne no le alcanzó el alma para llegar a la fecha en que tendría todo el dinero necesario para recomenzar la vida con un hijo en tierra ajena. De tanto preguntar, buscar y averiguar, consiguió un lugar pequeñito y casi pagable. Se presentó ante su marido y pidió el divorcio. Él rio. Después la insultó. Luego la amenazó. Por último, lloró.
Úrsula Álvarez Gutiérrez. Escrito en Arequipa en el 2018.
Nota: “No me pegaba, pero me dolía, Úrsula,” dijo ella y lo entendí. He aquí una mujer que envuelta en el amor a sí misma se sobrepuso al miedo a un mundo inmenso y ajeno, a la convicción de ser insuficiente y luchó; una mujer que ya dejó de preguntarse, cada vez que dice algo, si la idea es suya o de él. Esta es la historia de una mujer cuyas heridas sanaron porque no se lanzó de aquel taxi. Porque cada marca en su cuerpo fue visible en el mío, cada vez que intentaron cortar sus alas fui yo quien aleteó y cuando barrieron el piso con su cabello, lo hicieron también con el mío. Porque cuando tocan a una, nos tocan a todas, seamos del color que seamos, entendámoslo de una vez.
Santander, 25 de noviembre del 2020
Comments