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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Contigo, Perú

Ayer la República del Perú cumplió ciento noventa y nueve años de independencia. Intenté escribir acerca de ello y no pude porque llorar no me hace bien; dicen que el llanto desahoga pero a mí sólo me angustia más y por eso lloro muy poco. En este momento, duele mucho pensar en mi país con mi familia adentro.

Ayer Arequipa tembló, como hace a cada rato porque es zona sísmica, pero yo creo que eso no fue un temblor sino un sollozo. Arequipa llora. Llora, Arequipa, desahógate y después ruge. Ruge, León del Sur.

Cada veintiocho de julio de mi vida he visto las casas peruanas, tan distintas entre ellas como los ciudadanos que las habitan, embellecidas con una bandera rojiblanca. A nosotros los peruanos nos unen poquísimas cosas y una de ellas es nuestra bandera. Cuando el Perú volvió a un mundial de fútbol hace dos años, los peruanos conmovimos al planeta con nuestra emoción, tanto, que aunque perdimos rapidito, nos nombraron La Mejor Hinchada del Mundo, porque a nosotros los peruanos nadie nos gana a cantar llorando ni a llorar cantando Contigo, Perú. La Mejor Hinchada del Mundo, hecha de locos tristes pero felices, impresionó al mundo con una bandera rojiblanca atada al cuello como si fuera una capa de súper héroe.

Nosotros los peruanos hemos superado tantas cosas que parece cuento. Mi generación pasó la niñez y la adolescencia en el tiempo del terror. Quizás por ser peruano, a ese terrorismo maldito le salió el tiro por la culata y proponiéndose lo opuesto, nos unió a puro susto. Nuestros policías, nuestros militares y nuestros Ronderos Campesinos derrotaron a esa organización maligna que grabó a sangre y fuego su símbolo en nuestras memorias: ni perdón, ni olvido. Mis bisabuelos, mis abuelos y mis papás vivieron revoluciones sensatas e insensatas, revueltas justas e injustas, dictaduras, malos gobiernos, corrupción y mil males más, ellos participaron en todo lo que creyeron justo.


Mi mamá

Mi mamá, así tan linda y tan bien comportada, desadoquinó* las calles de Arequipa de la mano de mi papá, sólo por darse el gusto de joder a un dictador. Mi abuelo paterno fue electo senador por la honestidad de su nombre y cuando alistaba maletas para ir a Lima a componer al país que nació jodido*, un nuevo golpe de estado se lo impidió. A mi otro abuelo, El Guapo, cuyo sueño habita en mí, una turba casi le prende fuego por tener la peregrina idea de mejorar el sistema del agua potable de Mollendo y además, hacer las gestiones con su propio dinero para no gastar el del municipio, fuera el oligarca de mierda, fuego con él. Mucho tiempo antes, en el año mil ochocientos sesenta y seis, España quiso recuperar “sus provincias de ultramar”, no hay que ser muy lince para saber que mi país “vale un Perú”. La Madre Patria se dedicó a bombardear el puerto del Callao como si no hubieran pasado cuarenta y cinco años desde su declaración de independencia. Un italiano desventurado que acababa de llegar a ese país de realidad irreal, se enojó (le tocaron los cojones, dirían en Cantabria). Secondo se llamaba el italiano que huyó de su Italia deshecha buscando la paz. Secondo y muchos otros valientes defendieron la soberanía del Perú y vencieron. Ese italiano era mi bisabuelo y su nombre está inscrito en la Cripta de los Héroes del Combate del Dos de Mayo. Décadas después, las hijas del italiano recibieron una medalla en el nombre de su padre y esa medalla la tengo yo. Los peruanos somos tan buena gente que a finales del siglo diecinueve nos metimos de justicieros en una guerra ajena y perdimos hasta los calzones. El matón del barrio nos dejó en pelotas no tanto por su destreza militar ni el heroísmo de sus hombres sino por la traición de nuestras autoridades que fugaron con el dinero recaudado por los peruanos para las tropas peruanas. En el botín, uno de los generalísimos huido encontró feliz los once metros de perlas auténticas que mi bisabuela Juanita donó llena de fervor patriótico. Nuestras autoridades no han perdido la capacidad de dejarnos estupefactos.


A nosotros los peruanos, se nos inunda el norte un verano sí y uno no y a veces también se nos inunda la sierra y hasta Arequipa. A nosotros los peruanos, se nos congelan los habitantes y sus animales un invierno sí y el otro también en nuestras sierras tan altas, pero tan altas, que hasta Dios siente vértigo y por eso no las conoce. Los sismos de todo tipo e intensidad anidan en el centro y el sur de nuestro territorio y cuando les da la gana nos hacen saltar. Mi abuela Luisa, hija de Secondo, en cada terremoto arrodillaba a sus hijos frente a la Virgen María y los ponía a rezar con tanta fe que la corte celestial jamás permitió que la farola de vidrio que cubría la gruta se rompiera y cayera sobre esos niños orates.


He contado parte de la historia de mi familia intentando describir a una familia peruana, y no digo “típica” porque los peruanos somos atípicos. En cada familia peruana que yo conozco hay gente dispuesta a salir adelante y a hacerlo bien. Como por ejemplo, la familia de mi amiga maestra, ella no es profesora, ella es una maestra. Si ella pudiera ser la profesora de todos los niños y adolescentes del Perú, mi país jamás volvería a tener autoridades incapaces o indecentes. Mi amiga maestra tiene un montón de hijos (y ahora también nietos) porque ama con locura a su marido y no se le resiste. Él es un hombrón gigante al que llaman Mel aunque no se parece a Mel Gibson. El esposo de mi amiga maestra tiene una empresa que hace remodelaciones en las casas. Si te sobra una pared, Mel manda a su gente y la tumban. Si tu baño es muy feo, ellos lo vuelven lindo. El único problema de tener a la gente de Mel en casa, es que es imposible concentrarse en algo porque son demasiado divertidos, trabajan bromeando con ese humor peruano tan agudo y tan burlón, que una termina a carcajadas furiosas: ¡Déjenme trabajar caracho! Los peruanos somos gente buena. En el Perú hay pobreza pero no hay mendigos, eso ha de ser ilustrativo. Olvidaba decir que el abuelo de mi amiga maestra es un héroe de la marina peruana.


Los médicos de mi país se han amarrado nuestra bandera al cuello pero aun así, necesitan ayuda. La pandemia está arrinconando a mi país y allí vive gente buena. Yo ya doné. Por favor, si me lees, ayuda a los médicos de mi país.


Sobre mi pecho llevo tus colores y están mis amores contigo Perú.

Úrsula Álvarez Gutiérrez, la peruana

Santander, 29 de julio 2020


*desadoquinó: sacó los adoquines de las calles

*país que nació jodido: cita inexacta de un diálogo de Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa


*Las asociaciones Médicos Solidarios del Perú y Médicos Solidarios de Arequipa tienen el respaldo de profesionales de rectitud reconocida. A continuación sus enlaces:


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