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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Arequipa, ciudad blanca de mi amor

Salvo por tres meses en los que cualquier cosa puede pasar, Arequipa sólo tiene dos temperaturas: frío cala huesos en la sombra y calor achicharrante bajo el sol.

Los arequipeños aprendemos a caminar saltando de la vereda del sol a la de sombra desde chiquitos a punta de ¡alalau! Alalau, en peruano, significa más o menos: ¡Qué frío carajo!, los peruanos decimos carajo con más frecuencia de la que manda el decoro. El sol arequipeño calienta muy rico los primeros minutos pero enseguida se entusiasma, ruge y te quiere comer, ha de ser porque los arequipeños somos muy sabrosos. En Arequipa, los viejitos y los friolentos de cualquier edad, de dos y cuatro patas, cuando sienten que se congelan, se ponen bajo el sol. Si se duermen, su familia tiene que recogerlos con espátula, ponerlos a la sombra y esperar a que recuperen su volumen natural. Los arequipeños sabemos perfectamente cómo se siente un huevo frito.

Cuando yo estaba en el colegio salía de la clase helada y pasaba casi todos los recreos echada panza al suelo sobre el cemento caliente. Nuestro sol me cubría y era una especie de cocción por ambos lados, el sol entraba a mi cuerpo por la espalda y desde la barriga a través de la vereda caliente, GRRR, GRRR, gruñía en mi pecho el sol del León del Sur. El profesor Chávez, heroico encargado de la disciplina en mi colegio, me miraba desde encima de sus bigotes: pareces un lagarto Ursulita. ¡Alalau!, respondía yo. A la hora de Educación Física, la loca de la Miss Norma pretendía que todos diéramos una vuelta corriendo alrededor de la cancha de futbol bajo el sol, como si una fuera idiota y no supiera que llegaría a la meta en estado líquido y pegajoso. La pobre mujer gritaba mi apellido como si fuera un mantra: ¡Áaalvaaarez, vuelta a la cancha he dicho! Amíquémeimporta, repetía mi cabeza su propio mantra silencioso, quecorratuabuelita, yonosoytaaanidiota. Es posible que aquella mujer desquiciante despertara mi imaginación porque logré evitar esas carreritas de mil maneras, a veces hasta apoyada por las tarjetas que mandaba mi papá diciendo que su Ursulita no haría Educación Física, porque hay que ser muy burro para hacer correr a los chicos bajo el sol, aunque eso no lo ponía porque él era un caballero.


Las noches arequipeñas son frías, a veces hasta heladas, y si hay viento, se le mete a una por las fosas nasales y hasta por las orejas como dos pares de cuchillos que compartimentan nuestro cerebro. Quizás por eso los arequipeños tenemos fama de tercos y de algunas cosas más. Purita envidia verdísima del resto del mundo que no tiene ni idea de cómo se siente un huevo frito; ni sabe que cuatro cuchillos helados en el cerebro no matan, sólo alocan; ni que tanto temblor lo inmuniza a uno contra el susto; ni lo que es comer manjares a diario, porque si la comida peruana es una de las mejores del mundo, la arequipeña es la mejor y sanseacabó. Es en Arequipa donde se come picante de verdad, porque el rocoto es nuestro, fuego puro listo a confundir a los tontos haciéndose pasar por un inofensivo pimiento. El rocoto es maestro en perforar tripas de turistas. Una vez, una crema de rocoto cayó en mi pantalón, le hizo un hueco a la tela, yo lo observé ojiplática pero seguí comiéndola y hasta ahora no tengo ningún agujero en la tripa.

La sequedad en Arequipa es tanta que parece invento. Cuando los arequipeños nacemos, el médico revisa que hayamos llegado con un potecito de vaselina amarrado al pescuezo por nuestro Ángel de la Guarda, si lo encuentra, el doctor anota en nuestro certificado de nacimiento: Arequipeño de pura cepa. La crema Nivea es pan nuestro de cada día sobre unas manos que sin ella parecen pergaminos, tengan la edad que tengan. Los muebles de madera traídos de Lima o de cualquier lugar normal, en Arequipa se parten: craaac, te quedaste sin mueble. Los juegos de mimbre, esos tan lindos, son cosa que en Arequipa no se puede tener a no ser que uno quiera comprar muebles a cada rato. ¡Tzzz, tzzz, tttzzz!, bailan las lucecitas producidas por la estática cuando uno se quita la ropa a oscuras, los arequipeños tenemos fuegos artificiales propios cuando nos da la gana. Los arequipeños pisamos las alfombras una y otra vez, como quien limpia las suelas de sus zapatos y luego tocamos a algún incauto: ¡TZZZ!, electrocutado fijo, infartado probable.


En mi Arequipa, limpia, ordenada y pequeña, todo el mundo sabía quién era el papá de quién y en mi caso, que todos mis tíos por vía materna estaban locos. Una vez, un señor me miró fijamente la cara, los ojos, la nariz, el mentón y hasta las orejas: “Tú eres Gutiérrez”, dijo. Lo mismo les pasó a mi hermana y a mi sobrina: “esa carita es Gutiérrez”, les dijeron sendas viejitas felices de la vida de poder saber todavía de dónde venía una con sólo observar su rostro.


El mar de las playas de Arequipa es delicioso, bravo y helado. Los arequipeños, herejes y no, nos persignamos al entrar al mar, por si acaso. Las olas de Mollendo son irrespetuosas y cuando les da la gana te revuelcan, te descoyuntan y hasta se llevan tu ropa de baño. Usar un strapless en el mar de Arequipa es muy mala idea salvo que una sea muy calurosa. En Mejía, muy cerca de Mollendo, si caminas en la orilla del mar, al primer paso tuyo, un patillo alza el vuelo, a tu segundo paso, otro patillo despega, y así, ellos van acompañándote y logras vivir un momento tan mágico y de tanta pureza que llegas a tocar a Dios. Mi favorito es el mar de Camaná, heladísimo y bravo, amada Camaná de mi niñez donde me ahogué mil veces y nunca me morí, bendita Camaná con olor a casas de paja que aunque ya no existen, existieron.

En enero, febrero y marzo, los meses del verano peruano, en Arequipa llueve a cántaros y por eso lo mejor es salir disparado hacia las playas. Si te quedas en Arequipa, deberás aprender a conjugar el verbo: yo me lluevo, tú te llueves, todos nos llovemos. La ropa en el tendal también se llueve y el grito en cada casa habitada es: ¡la rooopa se estáaa llovieeendo, meteláaa, apuratéee! Las calles del centro se vuelven ríos y aunque era una costumbre antiquísima, yo llegué a vivirla: pagando un sol*, un hombre me cargó de una vereda a la otra y yo me sentí Cleopatra. Durante esos tres meses, a veces llueve con rayos y truenos y casi ningún avión puede aterrizar ni despegar. Hasta hay mañanas sin sol. Sin sol, la mayoría de arequipeños se enoja y la gente dice que tienen “la nevada” y que es mejor no hablar con ellos porque la ausencia del sol les tuerce el genio. Eso no me pasa a mí, mis genes transtornáos disfrutan lloverse y a mí se me tuerce el genio con sol o sin sol. Mi bisabuelo marino aventaba idiotas por la borda de su barco, yo salí igualita pero no tengo barco.

Arequipa "lloviéndose". Aprox. 1920. Memoria Fotográfica de Arequipa.

Los protagonistas de la historia del Perú, para bien y para mal, han sido arequipeños en su gran mayoría. Algo tiene Arequipa que hace a sus hijos distintos. Quién sabe si nuestros temblores, de tanto salto, nos muestran el ritmo de la vida. O nuestro sol feroz fríe el lado cobarde en nuestros cerebros, o comer tanto rocoto lo vuelve a uno valiente. En este findemundo pavoroso que vivimos, los médicos detrás de la campaña Médicos Solidarios son arequipeños y eso a nadie extraña.


Casa de Achones (paja) Camaná. Mi mamá.

Quizás el mundo está realmente llegando a su fin y por eso la Arequipa que yo amaba hace mucho que no existe. Quizás nuestros tatarabuelos estrenaron el mundo y a nosotros nos llegó muy usado, lleno de huecos y desteñido, como una manta que casi no sirve para nada. Pero he ahí Camaná, oliendo a casas de paja aunque ya no exista ni una casa de paja. Y he aquí en mi pecho el amor por la Arequipa que sigue existiendo aunque ya no esté. Y heme aquí escribiendo esto porque hoy es el día de la Arequipa que siempre existirá


Hace cincuenta y tantos años mi mamá y mi papá se enamoraron y se casaron porque al corazón se le obedece. A mediados de los años treinta del siglo veinte, un hombre muy guapo y muy triste se pegó un susto de los mil demonios cuando su corazón anunció resurrección saltando en su pecho. Mi abuela Luisa, con la dulzura de sus ojos de miel, obró el milagro. Apurado, mi abuelo Sixto fue a pedir su mano sin imaginar que sería despachado cual pulgoso. Mi abuela Luisa, tan modosita, complotó una fuga junto a sus hermanas y en rebeldía, se casó con el amor de su vida, porque al corazón se le obedece. En los años setenta del siglo diecinueve, un marino legendario notó que de su corazón colgaba un hilo rojo larguísimo cuyo extremo no alcanzaba a ver. ¿Y este hiluco?, se preguntó El Chapetón Cueto y cruzó medio mundo para entender el misterio. Llegó a Mollendo, mi bisabuelo, bajó de su fragata y siguiendo al hilo encontró por fin a María Jesús, con ojos de fuego mirando al mar, porque al corazón se le obedece. Y todo esto sucedió en Arequipa.


Quizás sea cosa de imaginarla tanto, de recordarla tanto, de amarla tanto, de luchar por ella tanto, que Arequipa vuelva a ser lo que fue. Te amo, Arequipa. Levántate, Ruge, León del Sur.


Úrsula Álvarez Gutiérrez

Santander, 15 de agosto 2020



Mario Vargas Llosa apoya a los Médicos Solidarios de Arequipa.

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