Mi mamá y yo reconocimos Cantabria en esta época el año pasado. Lo nuestro no fue un viaje sino un retorno. De regreso en Arequipa, escribí algo más o menos así:
Hace un par de años quise saber de dónde venía la rama italiana de mi familia y hasta ahora no lo he logrado. Al teclear y volver a teclear el apellido que es el nombre de un pueblo en Turín, los cántabros Gutiérrez Cueto aparecieron en la pantalla de mi computadora sin que nadie los llamara. Se mostraron como exigiendo que les prestara atención. El primero en saludarme desde Google fue claro, el tío Fernando. Mis espíritus me rodearon, hermosos y fantásticos con sus narizotas, sus periódicos, sus barcos, sus minas, sus aulas y sus luchas. Mis locos valientes y hasta heroicos empezaron a susurrarme al oído, día y noche, noche y día: “tierruuuca, tierruuuca, debes volver a la tierruuuca”. Y cuando un grupo de espíritus locos me llama, yo obedezco.
El primer lugar que vimos en Santander fue el monumento a Pereda y casi lloré. El tío Fernando estuvo en su inauguración, lo leí en varios diarios de hace mil años. Toqué las piedras del monumento con las palmas abiertas como quien acaricia el rostro de nuestro marino con bigotes de chiste. Exististe, tío Fernando, tú tocaste estas piedras y yo también. El mar detrás, unos bultos de fierro llamados noráis, donde amarraban los barcos antiguamente. Acá estuvo amarrado el tuyo, Chapetón, me guiaste con tus ojos de cielo. Mi bisabuelo es genial cuando se trata de orientarme, enloquecí y di brincos frente a su mar. Estuviste a mi lado siempre, Chapetón, nada relacionado contigo me costó esfuerzo, todo me lo sopló tu dragón, hasta el momento en que en pleno centro levanté la vista y leí: Compañía de Bomberos Voluntarios de Santander, mi bisabuelo ayudó a fundarla en el año mil ochocientos noventa y cuatro y luego su hermano, Enrique Gutiérrez Cueto, recibió en su casa las propuestas para los uniformes, de una a tres de la tarde, lo leí todo en los diarios antiguos gracias a mi Gigante que se llama José Ramón.
Qué bonita es Santander, La Marinera. Con su bahía y el mar cantábrico que entra y sale dibujando curvas y a ratos parece lago. Metí las manos en el agua y se me helaron, alaláu*, igualito al mar de Arequipa. Caminamos tanto en La Marinera que pensé que nos sangrarían los pies, pero no, quién sabe, quizás levitamos, eso es lo que hace el amor. ¡El Ayuntamiento! Y un etéreo Domingo Gutiérrez Cueto, nuestro jurisconsulto de lengua mordaz y pluma genial pasó a nuestro lado guiándonos al lugar donde fue concejal republicano en el siglo diecinueve, hola, querido Señor de Arriba, te dije que te encontraría, sabrosura.
A lo que vinimos, mamá. Rodilla en la acera, nariz al suelo, a rastrear nuestros lugares aunque ya no existan. El olfato que heredé de mi tatarabuelo, El Intelectual, bautizado Cástor Gutiérrez de la Torre, muerto en mil ochocientos setenta y seis pero de espíritu presente, me llevó hasta donde estuvo su casa, la esquina exacta en la que formó un hogar con su mujer, La Divina Providencia, bautizada Concepción Cueto y Sánchez. La cuesta más empinada, tenía que ser, claro. Subimos agachadas, ¡Ave María! Estas cuestas van a matarnos, mamá, sube, dale, que ya llegamos, es por acá, este es su barrio, acá vivieron su infancia nuestro Chapetón y sus hermanos. Lo logramos. Te dije que encontraría tu casa con el olfato que me legaste, gracias por no legarme también tu narizota, que con la mía tengo más que suficiente, Intelectual. ¡Uy! vivieron frente a una iglesia, pucha, ¡pobres!… y logré verlos pequeños, llevados por su madre a oír la misa diaria, caminad hijos míos, ¡no os desviéis Domingo! El amor, presente, tangible y audible nos rodeó a mi madre y a mí. Crucé la pista para observar la fachada de la iglesia en la que esos niños fantásticos pasaron horas helándose y me sobrecogió una loza llena de nombres: los muertos en la Guerra Civil a manos del bando republicano. Giré hacia el otro lado de la puerta de la iglesia pensando encontrar otra loza con los nombres de los republicanos muertos a manos del otro bando y no la encontré. ¿Ah? Me impresionó. Me dolió. Mucho. Pero nada pudo contra el amor de mis espíritus pequeñitos, tal como los imaginé y describí en mis cuentos, creo que soy médium.
Aplanamos las calles de La Marinera como estaba planeado. Nos despeinó el viento del norte, nos mojó la lluvia de mayo como canta Nandito-el-papacito. Encontramos, o creímos hacerlo, los lugares aproximados donde estuvieron La Abeja Montañesa, de Cástor, y El Atlántico, de Enrique, en el siglo diecinueve. Sorprendimos a mi amiga María, a quien debo tantísimo, en su trabajo. Había esperado ver una señora alta e imponente y abracé a una mujer más o menos de mi tamaño con ojos muy dulces y voz suave. Fuimos a librerías y encontramos un paraíso repleto de libros antiguos con páginas mohosas, sillones parlantes que decían tooomaaa asssieeentooo, poneeeooosss cóoomooodaaa, ni más ni menos que El Dorado y quise tener a Pimienta* en mis brazos para quedarnos ahí para siempre.
A las once de la mañana del día acordado vino a recogernos mi prima Carmen, bisnieta de Julia Gutiérrez Cueto, la mujer que se desenterró a si misma con la fuerza de su voluntad como escribí alguna vez. Julia, la abuela que tejió las alas de su nieta, una niñita de ojos inmensos que terminó siendo una mujer aún más inmensa llamada Consuelo Berges. Carmen, mi prima, a la que nunca había visto pero con la que había hablado mil veces y cuya ayuda fue incalculable para armar el rompecabezas que es la historia de nuestra familia de orates. Un abrazo a lo peruano, a lo Gutiérrez, de esos que rompen huesos e inundan los ojos, hola querida, henos aquí. Hacia Torrelavega partimos. Carmen nos cedió su dormitorio, con una hospitalidad que sabía a hogar, a familia, a dos hermanos que se reúnen a través de sus descendientes casi dos siglos después. Carmen conversando, Carmen contando historias, Carmen disponiendo, oye primuca tú eres igualita a la Julita que no cerraba el pico jamás. Puesss sssí, (así suenan los españoles para los oídos peruanos). A pasear por Torrelavega.
¿A qué hora llega la Evita (en peruano), la Evuca (en cántabro)? La pobre Evuca tuvo un disssgusssto muy grande esssta mañana, tuvo que comprar otro boleto pero ya essstá en camino en el autobússs. Comimos sobaos toda la tarde, qué rico es el sobao, yo quiero comer sobaos todos los días de mi vida y tomar zumos de naranjas españolas todas las horas de mi vida desparramada en los sillones parlantes de la anticuaria de libros en Santander con Pimienta durmiendo sobre mis piernas. ¡Ya llegó la Evuca, el autobússs ssse adelantó! Mi mamá y Carmen van paseando como quien tiene todo el tiempo del mundo…y yo empiezo a desesperar, la pobre Evita (a lo peruano) está esperándonos solita, después de haber tenido la valentía de venir a pasar unos días con unas locas que dicen ser sus parientes y le mandan árboles genealógicos que dicen: mira, Evita, yo vengo del Chapetón Cueto y tú de su hermano Enrique, el capitán de El Atlántico. Tu papá tenía razón, Evita, el Capitán Fernando Gutiérrez Cueto existió. Y la Evita ha sido tan valiente y tan confiada de creernos y no se le ha ocurrido que podríamos ser unas locas peligrosas descendientes de caníbales y ha decidido correr el riesgo de venir a pasar unos días con nosotras, ésta es valiente como su bisabuela, creo que yo no me atrevería a ver a unas Gutiérrez sin pedir primero un certificado de salud mental. Y encima sabrá Dios por qué ha debido pagar doble pasaje y ha llegado antes que nosotras y está esperando solita en la estación de autobuses de Torrelavega sin saber si nos disponemos a acuchillarla en un ritual satánico o no. ¡Apúrense pues! Pero mi mamá y Carmen caminan del brazo mirando el perejil*, como se dice en el Perú. Entonces yo caminé a toda velocidad (y no corrí como dijeron ellas después) sólo caminé rápido pensando ¿y ahora, cómo la reconozco si no tiene ni una foto en Facebook? Pero la reconocí. Estaba sentada pasándose la mano por el pelo, se veía cansada y tomó un sorbo de una botella de agua.
Yo sentí, porque yo siento más que veo, no soy muy normal, yo sentí que yo no era yo sino mi abuelo, El Guapo, y ella no era ella, sino su bisabuela, Aurelia, y que por fin los dos primos hermanos se daban el abrazo que la ignominia les prohibió. La apachurré y seguro le hundí varias costillas mientras mi abuelo, El Guapo, sonreía feliz. Osss juro que yo compré un passsaje para sssalir a lá ocho é la mañana y al llegar a la essstación dijeron que lo que compré era para lá ocho é la noche del día anterior, osss juro que no sssoy sssubnormal. Ésta es Gutiérrez, sin duda. Mi mamá y Carmen la abrazaron y del brazo la llevaron, con una naturalidad que se me metió en los ojos como agüita y cogí su mochila con ruedas, tuve miedo de que se nos escapara. Y entonces no fueron dos hermanos sino tres los que estuvieron juntos a través de nosotras, Sixto (El Chapetón), Julia y Enrique, y los demás hermanos también se acercaron, y la siguiente generación se unió, y no fuimos sólo cuatro Gutiérrez Cueto sino todos, cuatro de carne y hueso y el resto hechos de puro sentimiento. Y entendí por qué Cantabria tira de mí y por qué mi tatarabuelo, El Intelectual, bautizado Cástor Gutiérrez de la Torre, me ayudó hace más de un año a escribir El Intelectual, La Divina Providencia y Los Hermanos Carajo*. Tu árbol está completo, tatarabuelo.
Lo primero que hicimos las cuatro como familia fue ir a una comida en casa de mi Gigante y su esposa. Una confusión confusísima, porque en el Perú la vaina es así: desayuno, almuerzo y comida; y en Cantabria la vaina es asá: desayuno, comida y cena. Aclarada la confusión lingüística llegamos al pueblo de José Ramón, que ya que estamos de lingüistas, debería llamarse Alegrilla. Fuimos con mi amiga María. Apachurré a mi Gigante tal como había amenazado en el millón de mails que le mandé atormentándolo a preguntas. Y después me sucedió algo que no me sucedía hacía muchos años: me sentí tan feliz que me atolondré; yo, que iba a escuchar, hablé como un ‘loro loco’, como me llamaban mis papás cuando era chiquita y no cerraba el pico. Y cuando Ramón me invitó a entrar a un lugar donde tenía todos sus ‘libros repetidos’, no lo hice…os juro que no soy subnormal, diría la Evuca. A la pucha, eso pasa cuando soy muy feliz. Lo que sí logré fue un pequeño milagro: que Ramón sonriera para una foto, es la única foto suya que he visto en la que él sonríe. No entré al cuarto de los libros repetidos, qué animal.
Carmen, la única nacida en la tierruca, nos llevó a conocer nuestros lugares como una niña feliz que comparte sus muñecas, con una generosidad que desconocía lumbago, cansancio, gastos y estaciones de tren en las que no atiende ni un alma sino una máquina satánica imposible de entender para cuatro despistadas genéticas. El verdísimo Molledo, donde mi tatarabuela, La Divina Providencia, nació en una casa que da tiros, tan hermoso, donde la Evuca quiso ver ‘los praooos’ mientras yo imaginaba a nuestros ancestros nuevamente de niños jugando en ese paraíso verde.
Ucieda y la casa en la que nació mi tatarabuelo, curiosamente en una calle bautizada hace poco con el nombre de María Blanchard, así es, Intelectual, la calle donde naciste lleva el nombre de tu nieta. Ucieda y el palacio en el que vivió la tía Julia alentando en su nieta Consuelo el ansia de saber.
Cabezón de la Sal. Quizás el pueblo que más me conmovió. El único en el mundo en el que viviría feliz aunque no tenga mar. Qué lugar tan hermoso, con su centro chiquitito cuyas calles El Intelectual ayudó a construir cuando fue concejal en el año mil ochocientos cincuenta y uno, donde nació el tío Fernando. Cabezón de la Sal, qué bien cuentas la historia de nuestra familia, con tu belleza y tu horror plasmado en lo que queda de la casa de Matilde. Y qué rico es tu Cocido Montañés, vi a mi mamá comer tres platos seguidos por primera vez en toda mi vida.
Hicimos fiesta de pijamas, las cuatro parientes que acababan de conocerse. Reímos a carcajadas y compartimos recuerdos de nuestros veranos de infancia, muy parecidos pese a que trascurrieron en distintos continentes, ha de ser la fuerza de la sangre, esa tendencia atávica que nos hace repetir la vida uniéndonos aunque no lo sepamos. Nos contamos todo lo que el tiempo nos permitió. Carmen y la Evuca aprendieron que en Arequipa los nombres propios llevan “el” o “la” delante y también aprendieron el significado de alaláu, poto, calato*, guagua* y hasta siqui, que es poto en quechua. La última noche juntas, el colchón inflable de la Evuca comenzó a soltar aire con ruidos sospechosos de rato en rato, ¡osss juro que no sssoy yo! Sí, claro, te tocó un colchón flatulento, ¡mamá, la Eva es una pedona!
Nos despedimos. Cuando saludé a Carmen, bisnieta de Julia, con un abrazo-rompe-huesos, la conocía bastante bien de haber conversado horas por teléfono, pero al abrazarla para despedirme lo hice de una prima de verdad, como si hubiéramos vivido en la misma ciudad del mismo país en el mismo continente toda la vida, mi familia. Yo había pedido a la bisnieta de Aurelia que atravesara media península para conocernos y la bisnieta de Aurelia aceptó con la misma curiosidad, pero cuando me despedí de ella no lo hice de la bisnieta de Aurelia sino de mi prima, la Evuca que dice “praooosss”. Tuvimos una despedida romantiquísima y algo húmeda, con esos abrazos inacabables que son el sello de mi familia.
Para terminar nuestro periplo por nuestros lugares, mi mamá y yo pasamos dos días en el pueblo con nombre de signo de puntuación: Comillas. Nos despatarramos en la playa mirando el cielo que ellos miraron cuando eran niños y venían a veranear. Vimos su casa, situada, por supuesto, en la cuesta más alta del centro del pueblo, a la que volvimos a subir agachadas y con la lengua afuera. Volví a ver a nuestros locos pequeñitos corriendo disparados hacia la playa, seguidos por su madre, “Dessspacio, ¡Ave María! Qué querencia al mar tienen essstosss niñosss”.
Escrito en Arequipa el 6 de junio de 2019
Un año y una cirugía pavorosa después, Pimienta y yo estamos aquí, en Santander. Nos ha tocado vivir la pandemia en el lugar donde mi abuelo quiso que mi madre creciera y por algo será. Desde mi terraza veo el mar de los capitanes Gutiérrez Cueto, que es también mi mar. La “casta indómita y brava”, enmascarada y enguantada, está presente y lista para seguir investigando a los míos tan pronto sea posible. Porque la magia existe, yo estoy en casa.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Santander, 22 de mayo 2020
*poto: peruanismo para ‘culo’
*alaláu: arequipeñismo, derivado del quechua, interjección que significa: muy frío
*Pimienta: mi perrita, pequeño pedazo de mi corazón
*mirando el perejil: frase peruana que significa algo así como perder el tiempo mirando la calle
*calato: peruanismo para ‘desnudo’
*guagua: arequipeñismo para bebé y niño/niña.
*Leer El Intelectual, La Divina Providencia y Los Hermanos Carajo, acá en www.amoramares.works
Lindo retorno.
Recién lo leo hijita, es tan bonito, recuerdo todo lo que hicimos en ese viaje tan hermoso, conocer a Carmen, a Evita y a Noemí fue maravilloso, la familia nuevamente junta, y por eso, te extraño, pero sé que estás feliz, así que yo también estoy feliz, te quiero mucho cuídate Besitos Resistiremos muchos besitos