He despertado del estado de letargo que me dejó el desconfinamiento. He retomado la lupa, el impermeable beige, la gorra de doble altura y vuelvo a zambullirme en el siglo diecinueve de mis espíritus fantásticos.
Los cerebros de Cantabria vuelven a guiarme: busca allí y allá, lee esto y aquello, los encontrarás. Buscando al tío Domingo*, el origen de la inconformidad, terminé enterándome de que mi tatarabuelo recibió su título de abogado en mil ochocientos cuarenta y uno.
Sonreí ante su nombre debajo de mi mascarilla, ¡hola, Intelectual! y mi tátara me sonrió de vuelta desde allí, igualito a los cuadros de Harry Potter.
Ahora ando espulgando una serie de cuatro tomos que empieza contando lo que sucedió en Santander a partir del año mil ochocientos noventa y nueve. Los carnavales de esos tiempos eran un cambalache de bailongo igualador vía antifaz y como la Cenicienta, la mezcolanza terminaba con el fin de la fiesta, los de arriba volvían arriba y seguramente a los de abajo les costaba más volver a bajar. También me enteré de que un periódico censuró una película porque en ella aparecían unas chicas bailando “ligeras de ropa”, estando la ciudad en pleno invierno, qué escándalo y qué mal ejemplo.
Pimienta y yo hemos retomado las calles de Santander. Volvemos a caminar kilómetros todos los días y como siempre, me siento en casa en la parte más antigua. Las callecitas estrechas, empedradas y adoquinadas en cualquier momento me verán levitar de tan feliz.
Mi casa vuelve a tener un poco de polvo y pelitos, eso está bien. Nunca había vivido en una casa más limpia que la mía durante el confinamiento, vaciaba el terror de mi alma vía escoba y a mí me da mucho miedo el miedo. He engordado, estoy un poco redonda…algo así como un huevito tetón, lo de huevito no me gusta, lo de tetón sí. Me compré una ropa de baño muy escotada y con bobos, o con volantesss, como dicen acá; parezco una señora de los años veinte del siglo pasado, esos bañadores están de toda moda. Si esa moda ha llegado para quedarse, Dios existe y yo seguiré comiendo Nutella en cuchara sopera. He vuelto a sentirme muy sola los sábados y sólo los sábados, es casi como si todo fuera normal.
Esta semana fui a la playa. Tomé el autobús equivocado y es probable que vuelva a tomarlo porque no recuerdo cuál fue. Tuve que caminar un montón para llegar a la playa. Me senté en la arena a mirar el mar de los míos y me metí en él feliz con mi ropa de baño de bobos. Me tiré una huacacha, porque soy arequipeña y los arequipeños no nos zambullimos, nosotros nos tiramos huacachas.
Y ahí, en el mar de los Capitanes Gutiérrez Cueto, volví a sentir exactamente lo mismo que cuando abracé a mi prima Eva por primera vez: yo dejé de ser yo y fui mi abuelo, El Guapo. Es una sensación muy clara y aunque pudiera ser indicio de locura, es lindo sentir que mi abuelo vive en mí, que él cumple su anhelo porque yo lo recogí y lo hice mío. Fue El Guapo quien se tiró huacachas en su Cantábrico, con toda su guapura y la petulancia de sus ojazos de amo del mundo. Estuve metida en el mar, huacacha tras huacacha, jugando a la muertita flotadora y tirándome volantines hasta que el dolor de oídos me hizo salir con los dedos arrugados. El Cantábrico es más salado que el mar peruano, soy catadora de mares. El mar del norte del Perú es más salado que el mar de Arequipa y el mar del caribe es ácido.
El corona virus ya se llevó a gente que amo y ha dejado de ser una serie de números ajenos. En Estados Unidos vuelven a cerrar algunos lugares por rebrotes y en España también. En el Perú, los que pueden siguen encerrados. Los que no pueden, nunca lo estuvieron. Arequipa amanece helada, el invierno es el peor de muchos años. Las locas de mi casta siguen luchando para escapar del espanto. Ya no intercambian recetas, ahora son cocineras expertas e intercambian fotografías de platos estrafalarios. Tejen, bordan, pintan muebles, arman rompecabezas, leen y cuando pueden, escapan a pasear por lugares vacíos para botar la tristeza. “Van a pasar muchas cosas en el mundo, ¿estás segura de querer estar tan lejos cuando sucedan?”, me dijeron mis tías, mis amadas pitonisas apocalípticas, sin saber que se repetían una a la otra. Sin revirar los ojos les respondí que si el mundo se acababa, por lo menos una de nosotras estaría donde el abuelo quería. Las dos quedaron muy satisfechas con mi respuesta. Es así que ahora, en Cantabria estamos nuestros espíritus y yo, y en el Perú están la mayoría de nuestros cuerpos y mi corazón. La pandemia me ha partido en dos.
En las tiendas de Santander hay muchas ofertas. Al comienzo del desconfinamiento casi todas las tiendas anunciaban un veinte por ciento de descuento. Ahora los letreros ofrecen cincuenta y hasta el setenta por ciento. La gente forma colas frente a algunas tiendas. Me pregunto cuántas de ellas cerrarán y cuándo será eso. Hay más mendigos ahora. Una tarde, uno de ellos me dejó lela: arrimado a una pared, sentado sobre una mochila, un tarrito con monedas frente a él, un libro sobre sus rodillas y él leyendo. La mente se me hizo un ocho, no supe si entristecer o alegrarme. Otro de los mendigos nuevos es un hombre alto y muy guapo, con pinta de militar fortachón, pelo rapado. Pimienta está enamorada de él y siempre se le arrima. Una calle más allá, una mujer como de mi edad sostiene un letrero que dice: Soy española, tengo cuatro hijos, estoy en el paro. Otra, aparentemente muy mayor, cumple el rol de estatua dorada…ha de tener alguna simbología que no conozco. Se sienta en la mitad de una acera (azzzera), vereda, decimos los peruanos, se cubre completamente con un manto dorado y parece un fantasma engalanado, hasta su latita para las monedas es dorada. El último mendigo que vi fue uno tirado en otra vereda luciendo unas llagas de terror en las dos piernas.
¿Es esta la tan nombrada “nueva normalidad”? ¿Tendremos que sujetar muy fuerte nuestros cráneos para que nuestros cerebros no exploten al toparnos con una mujer luciendo mascarilla de Louis Vuitton (o por lo menos con su logo)? ¿Será necesario que todos hagamos cada día el esfuerzo consciente de no pensar para vivir rotos pero felices? ¿Cuánta irrealidad más presenciaremos? ¿Cuántos extremos más aparecerán ahora que el desatino posee al mundo? Tolerancia, tolerancia, palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven, muchas bocas a comer*. Matilde de la Torre* dijo una vez algo muy parecido a: “yo nunca he sido valiente pero ser cobarde no sirve de nada.” Imagino que el único mundo que tiene salvación es el pequeñito que creamos nosotros honrando nuestras vidas.
Te amo, mamá. Resiste.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Santander, 5 de julio del 2020
*Domingo Gutiérrez Cueto. (Cantabria, 1870-1921) Abogado, periodista, escritor, político republicano. Uno de sus miles de escritos está en: https://www.amoramares.works/post/d%C3%ADa-de-la-pasi%C3%B3n-de-domingo-guti%C3%A9rrez-cueto
*El Intelectual: Cástor Gutiérrez de la Torre. (Cantabria ¿?-1876) Abogado, periodista, escritor, minero. Leer El Intelectual, La Divina Providencia y los Hermanos Carajo: https://www.amoramares.works/post/el-intelectual-la-divina-providencia-y-los-hermanos-carajo-sixtina
*El Guapo: Sixto Gutiérrez Galloso (Perú, 1881 – 1948) Ingeniero, minero y político. Leer Hola, Guapo, mi interpretación de los hechos de la vida de mi abuelo: https://www.amoramares.works/post/hola-guapo-sixtina
*Tolerancia, tolerancia, palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven, muchas bocas a comer. Extracto de Sortilegio, canción del cubano Silvio Rodríguez.
*Matilde de la Torre Gutiérrez. (Cantabria, 1884-México 1946) Folklorista, escritora, periodista, política republicana de la Segunda República. Leer El Intelectual, La Divina Providencia y los Hermanos Carajo: https://www.amoramares.works/post/el-intelectual-la-divina-providencia-y-los-hermanos-carajo-sixtina
Caricatura de detective: www.canstockphoto.esholmes-sherlock-26853426.html
De huacacha en huacacha viviremos esto.
Bello relato ❤️