Anoche hubo otra borrasca en Santander. Aconsejaron asegurar ventanas y no dejar nada a la intemperie. Los peruanos no conocemos las borrascas. La sensación es la misma que la de un temblor o un terremoto, pero el culpable no es el suelo sino el viento, un viento que quiere ser mar, se frustra y ruge. Sus rugidos son exactos a los del mar cuando está bravo. En estas borrascas, lo prudente es bajar las persianas metálicas que protegen las ventanas por fuera y quedarse adentro, encerrado y zamaqueado*. ¡FUUUM!, se sacude el mundo con uno adentro. Prefiero los temblores. Lo peor que puede pasar en un temblor es que todo se caiga, del suelo, uno no pasa. Una borrasca es diferente. ¡FUUUM!, golpea el viento por un lado, ¡FUUUM!, empuja por el otro lado. ¿Volaremos, Pimienta? Me quedé a dormir en el sillón, con Pimienta, por si volábamos, sin sustos ni aspavientos… no es fácil asustar a un arequipeño aunque no tenga vocación de pájaro. Vi muchas noticias en la tele, mala idea. Y se me ocurrió que hace un año habitamos una borrasca. ¡FUUUM!, el bicho tiene tres cepas nuevas. ¡FUUUM!, el bicho llega más rápido que las vacunas. ¡FUUUM!, las farmacéuticas estafan o parece que lo hacen. ¡FUUUM!, los países con gobiernos pobres (no es lo mismo que países pobres) no pueden pagar las vacunas. ¡FUUUM! Es pandemia, no hay que ser un lince para saber que si no se vacuna a todos es lo mismo que nada, ¡FUUUM!, da igual, paga o no te vacuno. Me ahogo encerrada detrás de una puerta de vidrio, una puerta cerrada que está detrás de una persiana de metal. ¡FUUUM! Jódete, agradece que estás sana.
Anoche oí de un edificio en una ciudad de España en el que todos los vecinos se contagiaron y algunos murieron y de una residencia de ancianos en la que todos están enfermos, incluidos los trabajadores. Me enteré de que Israel es el vacunador más eficiente y en Palestina no hay vacunas. Oí por primera vez el término “Turismo Sanitario” y pensé que iba a explotar de incredulidad. Un paquete turístico sanitario es más o menos así: Si pagas cuarenta y ocho mil euros, te llevan a Dubái o Nueva York. Llegando, te vacunan. Luego te pasean por tres semanas y de despedida te ponen la última dosis de la vacuna. Oí a la lumbrera que manda en Venezuela decir que ha puesto a disposición de sus ciudadanos unos “polvitos mágicos”, que tienen orégano y que si no matan al bicho por lo menos sazonan el bistec, aunque los venezolanos no ven un bistec hace años. Lo último que escuché fue otra novedad: “Covid Persistente”…te agarra el bicho y no te suelta. Ya hay gente con él, sufriendo una gripe de tres meses y durmiendo tres o cuatro horas cada dos días, eso dijeron. Cambié de canal, vi una película que se llama Samba y me puse a llorar. Hoy la busqué en internet para ver si se escribía con S o Z y leí un montón de comentarios criticando a esa película: “Todo es por culpa del capitalismo maldito y opresor.” “Calla comunista de mierda.” Más o menos así puedo resumir esas opiniones.
No soy articulista ni quiero serlo. Yo escribo cuentos. Estoy en Cantabria porque investigo el siglo diecinueve y las primeras cuatro décadas del veinte buscando a mi familia materna, que vivió. Me falta el tiempo para cuanto hay que leer acerca de ellos, para contar sus vidas útiles, como se lee en alguno de sus obituarios. En todo caso, mi tatarabuelo escribió en mil ochocientos sesenta y ocho: “La prensa exagerada de los extremos políticos, con sobra de malignidad o falta de raciocinio, ha procurado avivar la llama…”; y alguno de mis tíos bisabuelos reclamó: “Las demasías de tendencias egoístas, poniendo al lucro y al inmoral amontonamiento de riquezas precio más alto que la vida… perturban el vivir ordenado de los pueblos...” en noviembre de mil ochocientos noventa y tres en El Atlántico. Mis espíritus ya dijeron cualquier cosa que yo pueda decir.
En estas semanas, he aprendido muchas cosas acerca del bicho. Sé, por ejemplo, que vivas donde vivas, en un país poderoso o en uno sin poder, si tienes síntomas, debes encerrarte. Tomar mucho Gatorade (si puedes pagarlo y si existe en tu país), Paracetamol (si es que…), y todas las vitaminas que haya en tu casa (si es que tienes vitaminas y si es que tienes casa). También sé que debes medirte el oxígeno con un aparato que se llama oxímetro. Preferiría no saberlo, pero también sé, que vivas en una aldea miserable del fin del mundo o en un barrio residencial de los Estados Unidos, sólo te llevarán al hospital si dejas de respirar. Porque ningún país tiene espacio para colocar a más gente que se ahoga.
La muerte es el menor de nuestros problemas, creo yo. Si queda humanidad después de esto, a fin de año contaré los cuentos basados en la vida de una familia fantástica que de alguna manera se sobrepuso al espanto. Y también contaré que las vidas bien vividas legan amor. Y que ese amor es la magia que me mantiene de pie y llena de gratitud. Y que tocar esa magia me hace creer, a ratos, que la humanidad vencerá.
Salud.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Santander, 31 de enero 2021
*zamaquear: término latinoamericano que significa "sacudir violentamente".
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