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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Cuarentena

Al comienzo parecía chiste. Tantos memes, algunos de ellos, francamente, para morir de risa. Uno coincidió totalmente con las reflexiones apocalípticas de mis dos tías, las locas, que sin saberlo y para variar, se repitieron una a la otra:

Hijita, con todo lo que va a pasar en el mundo, ¿estás segura de que es un buen momento para irte sola a La Tierruca? Como conozco a mis locas, a las dos les respondí lo mismo: pues si se acaba el mundo, por lo menos una de nosotras estará donde el abuelo quería que estuviéramos, ¿o no? Cada una escuchó mi respuesta con atención, esperó un par de segundos y respondió: Tienes razón, anda nomás a La Tierruca.



Ayer dejó de ser gracioso. Pimienta y yo salimos a comprar pan, porque se nos terminó, no para acumularlo y verlo enverdecer o secar, que yo no acumulo nada, salvo perlas. Entré al supermercado y vi demasiada gente. A mí no me gustan las multitudes, normalmente, menos aún en pandemia. Tuve que abrirme paso y cuando vi repisas vacías me estremecí. Llegué al pasillo del pan y cogí la última bolsa.

Gente, gente, más gente. Enloquecí un poco, el corazón me creció y sujetó mi garganta, algo así como un pequeño ataque de pánico. Recordé que mis tías no son sólo locas hermosas sino pitonisas. Cuando Fujimori fue electo presidente en el Perú, una de ellas me dijo: “en éste país va a llover mierda”, y tuvo razón.


Saliendo del supermercado vimos en vivo y en directo lo que había visto el día anterior en memes: personas cargando bolsas inmensas de papel higiénico, botellones de agua, carritos repletos. Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, es lo que yo veía… la voz de mi tía Anita prediciendo diluvios de mierda en mi país es lo que yo oía.


Volví tan triste. Me lavé las manos, prendí la computadora, que acá se dice el ordenador. Vi fotografías de colas frente a supermercados peruanos, madrileños, granadinos, cántabros. Los lugares donde está la gente que yo amo.


Esto es muy serio y no me refiero a la epidemia. Las epidemias existen desde que el mundo es mundo. La inconsciencia es lo que duele, el egoísmo; ese afán de acaparar nada menos que el papel higiénico, como si el hecho de dejar al vecino con el poto* sucio fuera a salvarnos de algo. Como si obligar al vecino a comer pan con mantequilla porque no tiene nada más para comprar, fuera a librarnos de enfermar.


Anoche sentí un ruido raro. Pensé que era alguna vecina limpiando, desahogándose con un trapo contra la pared, pero el ruido continuó. Hoy me enteré de que fue el saludo simultáneo de toda España a los trabajadores de la salud. Eso es bueno. Ojalá sea la señal de que la conciencia está volviendo, si es que existe.


Salud, queridos. Que la humanidad deje de desilusionarnos. Las próximas dos semanas sin salir, estudiaré la vida del Capitán Don Fernando Gutiérrez Cueto, nacido en Cabezón de la Sal en mil ochocientos cincuenta y uno, el faro de nuestra familia, el primero en aparecer en cualquier búsqueda que uno haga, el más célebre entre esos hermanos legendarios. El tío Fernando sabría solucionar el problema de los acaparadores. El tío Fernando usaría su bastón y sanseacabó.


Úrsula Álvarez Gutiérrez

Santander, 15 de Marzo 2020

 

*poto: peruanismo para culo

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