top of page
  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Amor con sabor a Domingo

Cedo la palabra a mi espíritu favorito. Escribió el siguiente texto a los veintidós años, en mil ochocientos noventa y dos. Domingo se "enamoró" a primera vista de una buenamoza en el ferrocarril. Cuando él ya tenía en la cabeza "uno o dos mundos de ilusiones", ella se apeó. Entonces él comenzó a temer por sus dichas al pasar por cada estación.
Tío Domingo, del alma mía.

APUNTE DE VIAJE

Figúrense ustedes que subimos los dos en un mismo coche del ferrocarril, en la estación de Santander; que nos sentamos el uno enfrente del otro, es decir, de la otra; que antes de llegar a Torrelavega ya nos habíamos mirado dos o tres veces… ¡Pues, la infame se apeó en Torrelavega!


Concedo que la muchacha, que no me conocía y que me era igualmente desconocida, y con quien apenas crucé algunas palabras indiferentes y algunas miradas casuales, además…tendría que ir a Torrelavega, en efecto. Pero a mí me dio mucha rabia que se apeara, y la llamo infame con el mismo derecho a enfurruñarse que asiste a todos los amantes desdeñados.


¿No hay quien se enamora de un imposible (o de cualquier cosa que luego resulta imposible), y va y se queja de la ingrata, o del destino, o de entrambos a dos? Pues para mí, en aquella ocasión, lo imposible, completamente imposible, era la muchacha que se apeó en Torrelavega.


Sí, señor… Una mujer puede envenenar el alma teniendo entretenido a un hombre durante meses, y aun años, y plantándole después, cuando el pobre tenga ya en la cabeza uno o dos mundos de ilusiones; pero es el caso que uno o dos mundos de ilusiones también pueden formarse en pocas horas, y aun en pocos minutos. De modo que, en rigor, no se queja del destino con más razón el poeta a quien le birlan a última hora la ilusión de toda su vida, que el viajero a quien una buena moza, más o menos chicoleada*, se le escapa en la estación de Torrelavega.


¡No me había hecho yo pocas ilusiones! Y lo cierto es que yo tenía enfrente, como he dicho, una buena moza… ¿Quién pregunta más? El inteligente que arguya de infundadas mis ilusiones no encontrará a las suyas fundamento mucho más sólido. Tantos motivos tenía yo para creer en mi desconocida compañera de viaje, como tiene el novio más apalabrado para creer en la prometida más prometida. ¿No sucede que…el diablo las carga, y que a lo mejor dice la prometida que no hay nada de lo prometido? Pues eso me sucedió a mí; luego eran tan sólidas mis ilusiones como las del novio del ejemplo.


Se puede distinguir los casos advirtiendo que en el uno se trata de una prometida, mientras que a mí nada se me había prometido; pero la distinción no es exacta, pues ello es que siempre se los promete uno muy felices. Y como, al fin y al cabo, lo mismo es que a uno le prometan, que sea uno el que se promete, insisto en que vienen a ser un mismo caso el del prometido a quien engaña su prometida, ya prometiera de palabra, o en papeles, y el caso del amante que suscribe, a quien engañó la joven del tren faltando a las promesas de sus ojos (de ella) o, en todo caso, de los míos; a los cuales, como a todos los promesas. Al novio formal le estuvo engañando la ingrata, o se estuvo engañando él (que es lo probable), muchos días, o muchos años; yo, aunque no tenía ninguna formalidad, me estuve engañando cerca de una hora.


Como se ve, es puramente circunstancial, cuestión de lugar y de tiempo, la diferencia entre las razones que asisten al más traicionado galán que llama infame a la más desalmada mujer, y las razones que yo aduzco para no llamar menos a la inocente compañera de viaje que se me apeó en la estación de Torrelavega.


Paciencia, compañero: ellas no tienen la culpa. Cada cual sabe a dónde va, y cada cual tiene que ir por su lado. La mía tenía que ir a Torrelavega, y allí se apeó… Parece que la de usted tenía que ir más allá; pero, en fin, tenía que apearse, más tarde o más temprano.


Consolémonos con eso que dicen por ahí: que hay destinos unidos, almas gemelas…

Yo no sé…pero temeré por mis dichas al pasar por las estaciones.


Domingo Gutiérrez Cueto

Publicado en EL ATLÁNTICO el 4 de septiembre de 1892.


*chicoleada: palabra antigua…chicolear significa: dicho o donaire dirigido por un hombre a una mujer por galantería.


99 visualizaciones1 comentario

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page