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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Un pedacito de Dios cada tarde de jueves

Entre diciembre del año pasado y agosto de este año, mis dos mejores amigas y yo no cumplimos años, marcamos un hito. Cambiamos de década y aunque estamos felices por estar vivas y mucho más en este tiempo, cumplir años jode y cambiar de década jode más. Estos cumpleaños se sienten como un dominó, cae una, caemos todas.


Cuando la primera de nosotras cayó en diciembre, no pudo hacer el fiestón que había planeado para encarar al big number con una sonrisa, el coronavirus se lo prohibió. Entonces ella compró una vela con forma de mujer, la mujer de la vela es parecidísima a ella, además, y tiene una copa en la mano. Hace tiempo que nosotras aprendimos que si algo no tiene solución, lo único sensato es brindar a su salud, a nuestra salud, a la salud de las señoras.

LA VELA del "big number"

Este viernes cayó la segunda y el coronavirus también frustró la jarana memorable que ella quería hacer. Lo único bueno de este dominó es que por ahora soy la menor de las tres. Voy a divertirme mucho burlándome de ellas hasta agosto, que caiga yo, y las tres estemos totalmente jodidas.


Desde que la pandemia comenzó nosotras nos reunimos virtualmente cada jueves por la tarde y vía video-llamada nos contamos nuestra semana. Algunos jueves hablamos tonterías y algunos jueves hablamos de cosas serias. Una amistad antigua es algo así como un pedacito de Dios. Nosotras, las señoras, fuimos una vez unas mocosas un poco insensatas que intercambiaban ropa, engañaban a sus papás para poder viajar sin supervisión y siempre estaban dispuestas a zamparse ese vasito que marcaba la diferencia entre estar picadita o ebria. Nosotras nos comíamos el mundo porque nos creíamos invencibles y quizás lo éramos en aquella Arequipa nuestra que ya no existe. Ya no intercambiamos ropa porque no vivimos a diez minutos de distancia como cuando éramos chicas. Ya no necesitamos engañar a nadie para viajar sin supervisión y hace años que por lo menos dos de nosotras no podemos tomar ese traguito de más porque al día siguiente lo pagamos muy caro. A nosotras ya nos venció la vida algunas veces y henos aquí, de pie otra vez, en un mundo mucho más grande y ajeno que aquella Arequipa nuestra.

Por cosas del Orinoco (que usted no entiende y yo tampoco), la señora que cumplió años el viernes se nos perdió de vista por mucho tiempo. Volví a verla hará siete u ocho años. Ella había llegado a Arequipa, yo estaba ahí, me llamó y quedamos en encontrarnos. Llegué antes y la observé acercarse desde la esquina. Supe que era ella sin verle la cara porque cada vez soy más miope, la reconocí por su forma de caminar. Es posible que yo tenga algún tipo de alzhéimer porque recuerdo poquísimas cosas, pero identifiqué su caminar feliz, balanceando los brazos.

Un caminante feliz. Visto en internet. Fuente desconocida.
Ella camina como un cachorro, un cachorro no tiene brazos que balancear pero camina feliz, tan feliz como camina ella. Pasamos horas contándonos la vida y supongo que nos reconocimos. Sus ojos de buena persona, su ceceo y su voz forman parte de mi corazón porque crecí oyéndola y no sólo yo. La señora del caminar de cachorro, la cumpleañera, forma parte del corazón de nosotras, las otras dos. Somos un trío estupendo.

Cuando nos reencontramos y nos reconocimos, reconectamos. Igualito a la magia, igualito al amor, porque una amistad antigua es un pedacito de Dios. Entonces organizamos un viaje y nos juntamos en el Caribe. Dormimos las tres en una sola habitación como cuando éramos chicas. Esa vez, a diferencia de todas las anteriores, me di cuenta de que ellas roncan. Por mucho que quisimos, no pudimos ingerir ni la tercera parte del alcohol que nos zampábamos de mocosas. A mí me agarró un virus que me puso a tiritar de fiebre tumbada en la cama tapada con todas las toallas del resort que nos alojaba. Entonces ellas hicieron lo que sólo las mejores amigas pueden hacer. ¡Hay que tomarle una foto! Salgo hermosísima, una momia con rulos. Sólo después salieron disparadas a comprarme medicinas.

Un trío estupendo en el Caribe.

Al comienzo del confinamiento mundial algunas tardes de jueves fueron los únicos momentos felices de nuestras semanas. La pandemia nos tocó y nosotras intercambiamos plegarias por WhatsApp, reza que reza, resulta que es verdad que ahora somos señoras.


Hay algo en el sonido de nuestras voces combinadas que es como un arrullo. Siendo el mundo un lugar que nos rompe el corazón cada cierto tiempo o hasta todo el tiempo, todos queremos sentirnos arrullados de vez en cuando. Bendita sea nuestra amistad antigua, la tribu que elegimos.


Feliz cumpleaños, Anky, querida nuestra, corazón de cachorro.


Úrsula Álvarez Gutiérrez (la menor)

Santander, 11 de abril 2021.


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