Soy claustrofóbica. Lo que más sufro de los viajes largos es la idea de respirar aire usado. En el avión que me trajo de Lima a Cantabria, el capitán dio un mensaje de saludo y tuvo la brillante idea de aclarar, por si hubiera alguna duda, que éramos trescientas y tantas personas. Glup, tragué mis pastillas para dormir y dejar de notar que inevitablemente aspiraría lo que acababa de salir de las narices de trescientas y pico personas, sin contar la tripulación.
Cada departamento que he comprado o alquilado en mi vida adulta ha tenido terraza, patio, jardín o balcón. Ni acabada de llegar a Santander en pleno enero cerré por completo las puertas. Y ahora en el confinamiento, todos los días agradezco mi terraza con vista a la diputación, a Peña Cabarga y al mar de mi bisabuelo, un marino a quien se atribuyen tantas hazañas que ha de haber tenido un dragón, y me lo ha prestado, evidentemente. Acá andamos, en su tierruca, Pimienta, su dragón y yo. Protégenos, legendario Chapetón Cueto, esto es demasiado feo, querido.
Ya compré mascarillas. En la farmacia me dijeron que habían dos clases: las que de verdad protegen y las que no. ¿Cuánto cuestan las que protegen? Doce euros. Ah. Deme cinco de las que peor sería nada, por favor. Hace dos días me puse una por primera vez. No sé si mi cara es muy pequeña o la mascarilla demasiado grande o me la puse mal, pero me llegó hasta los ojos. Encima me puse los lentes de sol, claro, porque el bicho puede entrar por los ojos. Mi respiración empañó mis lentes. La mascarilla te quita la visión lateral, sólo te deja ver de frente y claro, casi me maté en la calle. Guantes de plástico, esos de lavar los platos, mi mamá insistió en meter un par en mi maleta porque sabe que a mí no me gusta usarlos porque soy muy torpe con ellos. Quién iba a pensar que serían parte del disfraz. Salimos menos de una vez al día, Pimienta y yo. Es complicado caminar con ella viendo únicamente hacia el frente y a medias, porque ya dije, los lentes se empañan. Me ahogo, además, porque el aire que mi nariz bota es el que vuelvo a aspirar, karma, seguramente. Claro que peor sería no tener mascarillas.
Ayer me di cuenta de que hoy empieza la semana santa y la perspectiva del súper cerrado hasta el domingo me alteró. Fui a comprar, enmascarada, enguantada. Esto es un asalto, hubiera sonado genial con la facha que llevaba. Compré lo básico: toblerone, coca cola, popcorn, helado, fresas, leche condensada…y claro, también comida de verdad. El dulce me hace feliz o por lo menos me hace olvidar que estoy triste. Hice mi segunda compra de pánico…una señora muy mayor tomó una crema antiarrugas de la repisa, yo la vi y cogí la única que quedaba. También compré una crema purificadora para el cutis que estrené al volver del súper y quitarme la parafernalia que llevaba puesta y me pesaba…las armaduras tienen ese efecto.
Eso de que me haya dado por la belleza ha de ser un intento de compensar la burrada que cometí la semana pasada. Confinamiento, aburrimiento y tijeras son un pésimo trío, me corté el pelo. Periquita rubia. La semana anterior me había hecho “un baño de color”, llegué a Cantabria siendo una bomba rubia y bueno… una puede estar confinada o confiná, como diría mi primuca andaluza, algo triste y hasta transtorná, pero fea, en la medida de lo posible, no (¡tijeras del demonio!). Vi un tutorial en youtube y creo que lo hice bien, aunque mi primuca no se atreve a seguir mi ejemplo y anda cubriéndose la cabezuca con un turbante, já mía, que no se note miseria.
Se me van pegando expresiones españolas. Un mogollón, y dada la situación, toditas son en arameo. Los pocos minutos que paso en la calle con Pimienta un día sí y dos no o algo así, mientras camino pienso cuántas ostias daría feliz a los que no recogen las cacas de sus perros, hay que ser muy jueputa pa´aprovechar el apocalipsis para ensuciar la tierruca, ¡jodé! Que viva el arameo.
Mi whatsapp, debajo de mi foto, dice NO VIDEOS. En serio me molestaba mogollón que invadieran mi espacio con idioteces, cadenas, chistes, tonteras. El coronavirus me ha hecho pedirle a todos, por favor, que me envíen los chistes que les lleguen. Oh, solidaridad humana, gracias. Mi vecina, que aurita no es mi vecina porque claro, fue a pasar el apocalipsis con su mamá, lógicamente, me envió el nombre de una comediante a la que, si esto acaba algún día, habría que nombrar Santa del Confinamiento: Martita de Graná, por su aporte al bienestar popular. Es genial, búsquenla. Pasé como una hora riendo a mandíbula batiente.
Eso es lo que hago ahora, por turnos, río como una loca, bailo y canto como poseída (lo lamento mucho, vecinos, de verdad), marujeo, ¡ostras! nunca he vivido en una casa tan limpia, ¡jodé! Cuando no hago ninguna de las anteriores es que estoy catatónica, como una meditación sin iluminación, los recursos de la mente humana son misteriosos…cuando me toca jugar a la estatua suele deberse a haber oído o leído noticias. Ahora dicen que los muertos son más, que están ocultando el número verdadero.
Aplaudo a las ocho de la noche y una pareja de viejitos parece aplaudir mirándome, dándome ánimos, bisnietuca de la leyenda, que tú puedes, ¡jodé! Claro que puedo, eso sí, siempre he podido. Lo que sigue molestándome mucho son los mandatos de los sabios: “Usad el tiempo para hacer algo constructivo”. ¡Jodé! Que cada quien use el tiempo como su mente mande, ya bastante heroico es resistir. Lo único que yo aconsejo es no aconsejar a nadie aunque la música sirve mucho, eso sí. No logro escribir, tengo material acerca del tío Fernando*, el héroe de la familia, nada menos, y no me sale, eso de escribir linduras en estos tiempos es complicado, ya saldrá.
Amor, queridos, ese es el que salva siempre. El día que esto acabe iré disparada al pueblo llamado Alegrilla, a abrazar a mi Gigante, un hombre sabio y bueno, aunque lo
más probable es que no pueda evitar abrazar al primer ser humano que aparezca en mi camino. Mientras tanto, mi bisabuelo está a mi lado, muerto de risa de que su presencia haya opacado a su hermano el héroe, sin calabozo* de por medio. Resistamos, mundo, ya luego veremos cómo salir adelante.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Santander, 8 de abril 2020
*Fernando y Sixto Gutiérrez Cueto, marinos mercantes del siglo diecinueve. Mi bisabuelo encerró a su hermano Fernando en un calabozo porque se agarraron a soplamocos durante una navegación en la que él era el capitán. Fernando es, sin duda, el más famoso de todos mis locos.
Yo también te quiero mucho
Ay Ursuliña me he matado de risa jajajaja eres lo máximo amiga! Escribes entrañable y divertidamente. Cuídate mucho. Son tiempos difíciles, pero pasaran, todo esto pasará y estaremos bien. Sigue cultivando tu talento, que es de pocos. Te quiero mucho.
Hijita linda que puedo decirte, acá pasa lo mismo la diferencia es que no salgo, hago rompecocos, coso mascarillas, las mías te quedarían muy bien, tu historia como siempre bonita, sentida, graciosa y linda, te quiero mucho, ya vendrán tiempos mejores, besitos muuuuuchos