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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Pimienta, mayo del 2023

Nada hay más indefenso que un animal doméstico, por eso uno los ama como a hijos, el amor por nuestros compañeros de cuatro patas no es exageración, delirio ni pose. Cuando llegan a nuestras manos, suelen caber en ellas y dependen de nosotros para todo. Ponemos comida y agua en sus platos y a través de nosotros, se hacen una idea de la especie humana. Depende absolutamente de mí, soy el centro de su universo, me dijo una vez una mujer refiriéndose a su hijo de un año. En la práctica, las mascotas son infantes desde que nacen hasta que mueren. Por eso los corazones humanos las aman, porque el amor es una necesidad, y aunque es cierto que la interacción humana es necesaria para la salud mental, también es cierto que los animales son infinitamente mejores que las personas. Un animal no rompe su palabra, un animal no es vil, superficial ni conoce los prejuicios.
Los cachorros nos hacen reír y nos enternecen, y aunque son lindísimos, educarlos cuesta tiempo y trabajo, y si son un poco cortos de entendederas, cuesta más. A Pimienta le tomó un millón de meses entender dónde debía hacer pis y nunca ha aceptado que las pelotas son juguetes y no comida. Cuando los cachorros crecen, conocemos sus características propias, ostentan la educación que les dimos y no hay compañía más perfecta. Pimienta adulta utilizó sus ojos de nogatín para engañar a los incautos y hacerles creer que se moría de hambre. La mitad del Perú y la mitad de Santander le han convidado algo de comer, con y sin mi permiso. Cuando los perros envejecen, comienzan a perder facultades, como los humanos viejitos. Olvidan cosas y a veces se confunden. A Pimienta hace tiempo le da por no entender para qué sirven las esquinas de la casa y cuando se topa con una, se queda como atorada con actitud de quien observa el infinito hasta que la rescato, por aquí, Pimienta. Solía responder feliz y agradecidísima, pero creo que ahora asume que los rescates forman parte de las esquinas. Y aunque tiene quince años y es una viejita, muy de vez en cuando en sus ojitos de nogatín vuelvo a ver a la cachorrita que hizo pis sobre el pie de una de sus tías humanas y se manducó todas las pelotas de su hermana perruna, Babalú. Los perritos ancianos duermen mucho, quizá más que los cachorros. Cada vez que yo salía de la casa, Pimienta me esperaba detrás de la puerta, y me moría de pena de pensar que había pasado toda mi ausencia esperando mi regreso. Hace tiempo que no lo hace. Ahora, cuando llego de la calle la encuentro dormida en su cama y eso es estupendo, porque aunque le haya tomado quince años, Pimienta sabe que siempre regresaré a donde ella esté, porque quererla con todo el corazón es la retribución lógica al regalo magnífico de su compañía.
El verano pasado, combatiendo la ola de calor con un pañuelo mojado.
Pimienta nació el día en que mi hermano murió y siempre he pensado que su salto desde la nube hasta mis brazos fue hecho con tanta prisa, que en el camino se le cayó un tornillo y aterrizó orate, y que quizá Mauricio lo planeó así cuando le encargó reparar mi corazón. Una de las peculiaridades de la encomienda de mi hermano era la desconfianza, no hacia mí, sino hacia el mundo, los ruidos, la mayoría de extraños y todos los gatos. Ese miedo suyo, tan triste, me dio la idea de inventarle una canción, cuya letra es una repetición ad infinitum de: la Pimieeenta es impooortante, la Pimieeenta es muuuy valieeente, importaaante y muy valiooosa, muy valiooosa de verdaaad. Quince años de desafinar en su oreja han servido, es evidente, porque ahora no sólo no cree que la he abandonado cada vez que salgo, sino que se deja cargar. Desde hace tiempo, lo último que hago antes de apagar la luz por las noches, es llevarla cargada hasta la terraza para que haga una última pis. La bella durmiente se abandona en mis brazos como una damisela de película antigua, sin inmutarse ni temer, porque es valiente, importante y muy valiosa y sabe que nunca la dejaré caer.
Hasta ayer, me imaginaba despertando cada día como hasta ayer, con el sonido de su colita. Hoy, eso está por verse. La herida que le encontré ayer tiene una semana para ceder. Si no sana, no es herida sino una enfermedad maldita, la que se llevó a mi papá y en el mismo lugar, como si se tratara de una broma macabra. Hoy el cinismo parece exactitud.
Es verdad que todos sabemos que las mascotas viven menos tiempo que las personas y aunque sea triste, saberlo es tranquilizante, porque uno no quiere morir dejándolas desamparadas. Amar implica saber soltar, y desde que Pimienta envejeció, sé que cada día, su presencia es una yapa. En estos siete días y los que vengan después del diagnóstico, lo único importante será expulsar al dolor de su cuerpo, porque quererla con todo el corazón es la retribución lógica al regalo magnífico de su compañía, y ella es valiente, importante y muy valiosa.
Abrace a su perro.

Úrsula Álvarez Gutiérrez

19 de mayo 2023

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