La vejez de Pimienta me enseñó que los perros, mientras más viejos, mejor. Aunque ya nacen siendo mejores que nosotros, el tiempo los va puliendo y cuando llegan a viejitos son perfectos. Por eso un año después de la muerte de Pimienta, cuando empecé a buscar un perro, no busqué un cachorro. Quise honrar su vejez por haber multiplicado por millones la belleza y la ternura con las que enriqueció mi vida, y mejorar en su memoria la de algún perrito que anduviera necesitándolo.
A Doña Fernanda de la Santísima Voluntad, Caculiya para los íntimos, los veterinarios le calculan cinco años de edad, pero yo creo que tiene más. Cuando recién llegó, a pesar de su lindísimo antifaz (quizá por designio divino mis compañeras vienen ataviadas adecuadamente para el carnaval que habitamos), cada vez que la miraba pensaba que era la perrita más fea del mundo, tan chiquita, tan flacucha, tan larga y con esas orejoootas, pero ahora, cada vez que la veo me parece más linda y la gente ha comenzado a lanzarle piropos en la calle. Ya no es una flacuchenta sino un poquito rolliza, su pelito blanco brilla con visos de plata y hace meses caí en cuenta de que sus orejotas son igualitas a las de mi papá, así se cuela en mi vida, con y sin disimulo, el amor del señor Óscar.
Dos perritas con antifaz, Pimienta y Caculiya (cuando acababa de llegar).
Tras seis meses, ella y yo nos conocemos mejor y confía en mí. Tener una rutina con horas fijas para los paseos, las comidas y la hora de acostarse le ha dado seguridad. La primera vez que escribí acerca de ella conté que quería devolverle el derecho a la desmesura y voy lográndolo. Una noche demoré en ir a acostarme y ella desde mi cama me ladró para que me apurara, ¡guau!, me miró serísima y casi me morí de felicidad. Ahora se acerca llena de alegría a los pocos amigos que ha hecho, pocos, porque sigue siendo selectiva, ha de ser herencia mía. Una vez me hizo correr una cuadra completa porque olió a su amigo Ramón, ella también tiene un amigo Ramón, pero el suyo es un Cocker Spaniel y el mío un gigante de dos patas que vive en Alegrilla. Otro de sus amigos se llama Andrés García, ¿acaso no es guapísimo?, me preguntó su humano y le di la razón, es rabiosamente guapo, decía mi tía Anita del primer Andrés García y también tenía razón. Quizá la alegría que más me conmueve de la Caculiya es la que demuestra cuando regresamos a la casa. Entra a nuestro edificio caminando delante de mí, siempre va delante de mí, y conforme se acerca a nuestro departamento, que está en el primer piso, va acelerando y termina galopando como un caballito peruano de paso, en miniatura y feliz. También es precioso verla despertar, toc, toc, toc, suena su colita sobre mi cama, se estira y se desliza con las patitas de atrás extendidas, como una ranita que surfea una ola, oh, oh, uh, ah, murmura después cuando se revuelca. También es lindo verla dormir, siempre cae antes que yo, pero cuando siente que ya no volveré a pararme, se acerca borrachita de tan dormida, me pide que le levante la sábana y la manta, lo hago, y se acurruca pegadita a mí, completamente cubierta, glurp, me cae una lamidita.
Andrés García, actor mexicano rabiosamente guapo.
Ahora sé que su matonería es una armadura. Ya no insulta a todo el mundo todo el día, a no ser que esté enojada. Cuando nos topamos con algún cuadrúpedo con cara de malvado, casi siempre sobrepara, se hace a un costado o se acerca a mí, es claro que prefiere evitar conflictos. Alguna de esas veces la cargo, con ese tamañito es facilísimo cargarla, y con ella en mis brazos, pegada a mí o a un costado, espanto al perro con cara de malo y lo traumatizo para siempre, cosas que tiene el amor. Sin embargo, y quizá por no perder la costumbre, muy de vez en cuando la Caculiya tiene un exabrupto de estibador pero ya no asusta a nadie, toda rellenita, con un collar rosado y el pelito brillante con visos de plata, ha perdido la pinta de Pedro Navaja. Era de mentira, su matonería, pero su valentía es de verdad. Una vez, un Rottweiler que iba con correa le gruñó en la cara pese a los esfuerzos de su dueño por contenerlo y tan rápido que no alcancé a reaccionar. La Caculiya no retrocedió ni un poquito, lo enfrentó derechita y como estirándose, le gruñó más fuerte y luego soltó una retahíla de insultos desmesurados. Qué valiente es, me dijo el dueño del matón, helado. Y ayer en el paseo de antes del almuerzo, hizo correr a una perrita del tamaño de un labrador que iba sin correa y tuvo la pésima idea de querer asustarla. El dueño casi se murió de risa y yo volví a agradecer la idea estupenda que tuve cuando le compré una correa elástica.
Es enojona, la Caculiya, y le molesta mucho que un perro la insulte sin razón, es decir, le molesta mucho que le hagan lo que ella sigue haciendo, aunque muy de vez en cuando. En esas ocasiones, su proceso mental es clarísimo, ¡carambas!, ¡con el esfuerzo que hago para ser una dama y éste #%&%3#}] me ladra! Se sorprende de verdad y es para morirse de risa, porque se queda tan enojada que reacciona gruñendo y ladrando a todos los que pasen, perro, gato o humano, el carajeo puede durarle hasta cinco cuadras y todo peatón en nuestro camino ve una perrita brillante con visos de plata renegando duro y parejo.
Hasta hace como un mes, cuando yo no podía más de ternura y la apachurraba y besuqueaba, ella bostezaba y aunque me daba risa y cuenta de que estaba cobrándome su amor, esperaba el día en que correspondiera a mis cariños, y ese día ya llegó. ¡CHUIK!, suena mi beso, BLURP, su lamidita. Va saliendo de su armadura, esta perrita valiente que fue abandonada para que muriera en una de las zonas más salvajes de una capital gigantesca y no murió porque no le dio la gana.
Feliz navidad, queridos. Que la historia de la Caculiya sirva para que no olvidemos la importancia de la ternura.
Gracias, Proyecto Callejero Perú.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Lima, 22 de diciembre 2024
El Proyecto Callejero Perú comenzó cuando dos personas buenas intentaron mejorar el mundo. Rescataron a un perrito de una situación que debería avergonzarnos y curaron su alma y su cuerpo para conseguirle un hogar. Y así siguieron, en la medida de sus posibilidades, que no son infinitas. Hasta que la gente comenzó a llamarlas, en el mejor de los casos, o a lanzarles perros y gatos, en los peores. Dos personas hacen patria y corrigen uno de los errores de la humanidad. Dos personas, dos sueldos, dos sueños en suspenso, cuatro brazos cargando demasiado. Ayudemos a Proyecto Callejero Perú, adoptemos, apadrinemos. Ayudemos a Proyecto Callejero Perú a embellecer un poquito la vida.
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