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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Entrañando

Voy a pasar un tiempo en Cantabria. Viviré y pasearé en la tierra de los nuestros, observaré su mar y segurísimo, veré un barquito chiquitito e inmenso, el Purísima Concepción, y los ojos preciosos de su capitán sonreirán nuevamente para mí. A su lado, veré la fragata de mi bisabuelo, lo sé, no le gusta que su hermano acapare mi atención. Comeré tantos sobaos que me volveré una gorduca muy sabrosuca.

Voy a Cantabria para intentar desenredar de una vez el nudo fascinante que es la historia de la familia de mi madre, mi familia. Iré a Cantabria para encontrar lo que se le perdió a mi abuelo, aquello tan valioso que lo mantuvo levando anclas en Perú, que ya nos vamos, mujer, que ya nos vamos, hijos, hasta que un infarto más que cruel hizo que el único en irse fuera él. Jamás me propuse averiguar quién fue aquel señor que traicionó a mi madre muriéndosele cuando ella tenía cuatro años, pero un buen día sus espíritus aparecieron para mostrarme el hilo que cuelga de mi corazón, un hilo manchado de tinta, pintura y sangre, de oro y agua de mar, fui tirando de él poco a poco y con cuidado para no descoser mi corazón, acabé enterándome de que provengo de una tribu de locos fantásticos y tengo que saber más, porque mis locos están muertos pero vivieron y eso no es tan común como se piensa.


Pista a pista seguí las huellas del padre de mi madre hasta que logré comprender su vida: Te regalo a tu papá, mamá*. Que mi mamá sonría y llore de alegría por dejar de ser huérfana es lo mejor que he hecho en toda mi vida, un privilegio inmenso que logré gracias a los locos etéreos que ahora ya no me sueltan. Escuchar a mi tía Camila decirme asombrada y de golpe: ¡mi papá me llevaba al portal de la Plaza de Armas a comprar caramelos!, luego de haberme repetido harta: Ya te dije mil veces que yo de mi papá no recuerdo nada, absolutamente nada, sólo que mi mamá viajó a Lima feliz y volvió viuda, vestida de negro y muy triste. Los de mi tía Camila son los ojos más hermosos del mundo y al verlos bailar de felicidad mi corazón se dio un volantín.

Es muy complicado explicarle a un burócrata de consulado que yo vivo rodeada de espíritus mágicos que me susurran día y noche: ‘Tierruca’; que nuestra Tilduca quiere que investigue la sinrazón detrás del hecho de que tumbaran su casa y su biblioteca en Cabezón de la Sal y que le haga el favor de encontrar su retrato con sombrillita roja, el que le pintó Abin, que alguien ha de tenerlo y que es muy feo retener cosas ajenas; que mi bisabuelo tuvo un dragón y por puro deseo de reparación le dio por fundar compañías de bomberos voluntarios en Santander y en Mollendo; que asesinaron a nuestra Aurelia y yo nací el mismo día treinta y cinco años después añorándola aun sin saber que ella existió, que la conocí hará un par de años, asesinada pero vivísima y estrambótica, nadie habla de ella porque ya dije, nos la mataron, y es mucho más glamoroso hablar de su hermana la pintora y describir esa vida gigante como ‘triste’, hay que ser muy bruto para describir a María como ‘triste’, Un Mujerón es lo que María fue y tengo que seguir sus huellas para demostrarlo; que el tío Fernando fue un héroe de verdad, de los que salvan vidas y colaboran con la ‘patria’, él hacía versos sin esfuerzos aunque es verdad que era un poco enojón; que el tío Domingo es mi favorito, Martínez Campos se enojó con él y lo denunció por escribir la verdad y el tío Domingo se defendió solito, acabadito de graduar de abogado ¡y le ganó al milico!; que ya entendí por qué mi tío Carlos Gutiérrez Usseglio (el mejor tío del mundo) andaba creando coros y organizando exposiciones de arte en Arequipa, con esos ojazos tiernos de vaca montañesa en el rostro del tío Domingo, ¡son igualitos! Que la magia existe y no es más que amor que trasciende a la muerte, mis ancestros me llaman y por eso voy a Cantabria. Que el fantasma de mi tatarabuelo es de lo más fino que existe, un caballerazo de modales impecables, se pone de pie cada vez que me ve y andamos en un levántate y siéntate, levántate y siéntate de lo más divertido, ¿adivine en el periódico de quién comenzó José María de Pereda a escribir?


Quise decirle todo eso al burócrata del consulado español en Lima, pero no se lo dije porque era tan maleducao, pero taaan maleducaoo que me provocó escribir acerca de él, acusándolo de maleducaooo porque un consulado es una oficina diplomática y ser maleducaooo es lo opuesto a ser diplomático, vaya. Pero ahora estoy tan feliz, pero tan feliz, que hasta le perdono su malcriadez y me muero de pena de su malcriadez y de que el pobre no entienda de magia ni de amor. Soy afortunada, yo llevo amor y magia en mi pecho y por eso cruzo El Atlántico del tío Enrique Gutiérrez Cueto y emprendo el retorno a nuestra tierruca. En la mente un millón de preguntas, en la mano la correa que sujeta a Pimienta, mi perra, y rodeándonos, nuestros espíritus fantásticos, por fin hicisteis caso, querida, ya era hora, hijuca peruanuca de volver a tu tierruca.


Voy, mejor dicho, vuelvo. A ratos me aterro, claro. Nadie se ha atrevido a decirme que esto es una locura, soy muy rápida mandando a la gente a freír monos, por eso todos mutis, ¿o será que volver al hogar no es una locura? Sólo una de mis primas me dijo: ‘a ti te da miedo ir al dentista y no te da miedo ir a vivir a otro continente con Pimienta’.


“Si tus muertos te eligen, si te siguen, es porque buscan que les pongas voz, que rellenes los espacios vacíos, las grietas; que acopies, administres y compartas sus mentiras y verdades que, en el fondo, no son tan distintas de las tuyas. Quizá escribir sea eso: invitar a los muertos a que hablen a través de uno”, escribió Renato Cisneros, autor peruano, en su libro La distancia que nos separa. “Son nuestros, somos de ellos” decía mi papá al referirse a nuestros muertos. “Apresuraos, bisnietuca”, me susurra El Chapetón Cueto.


 

*Se refiere a Hola, Guapo, el cuento que trata acerca de la vida de mi abuelo.

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