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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Mi mamá y las huacachas* (Arequipeñismo. Acción de zambullirse) Día de la madre en el Perú


Mi mamá.
Cuéntame recuerdos de tu infancia que yo no sepa, mami, le pedí hace unos días. Ella me envió audios que hilvanan momentos con pasta de almendras, arroz con leche, queso helado, mazamorra morada, cochas (caramelos arequipeños) y buñuelos de Tingo.

Me contó que su mamá les compraba unos helados que se llamaban “emparedados” y eran tan grandes que de uno, comían dos. Mientras la escuchaba, la vi ayudar a mi abuela Luisa a hacer dulce de higo, de durazno, de guayaba y recordé la vez que mi prima Yana y yo hicimos un ritual en el mismo perol de cobre para alejar malos amores.


Casi todos los recuerdos de infancia de mi mamá tienen que ver con dulces. Quizá por eso sea nuestro sabor favorito. Mi mamá siempre tiene un chocolate guardado en algún lugar. Cuando mis hermanos y yo éramos chicos, ella escondía los chocolates finos en la caja fuerte. A nosotros nos compraba chocolates para niños, que costaban la décima parte y ahora le doy toda la razón. Una vez, en mi casa, siendo yo adulta, sonó el timbre anunciando visitas inesperadas. Antes de abrir la puerta, mi mamá y yo escondimos el Tocino del Cielo para no tener que compartirlo.

Los primos de mi mamá eran mucho mayores que ella y sus hermanos. Uno de sus primos, Ramiro, era guaguani*, le gustaba pasar tiempo con sus primos chiquitos. Él y su esposa los llevaban a pasear. Una vez le regaló a mi mamá un caramelo que se disolvió demasiado rápido. A mi mamá le extrañó, se lo sacó de la boca, miró a su primo y le dijo “¡mi caramelo se ha enchiquetecido!”. Ramiro también llevaba a los niños a bañarse en la piscina. Mi mamá era muy chiquita y no sabía nadar, aun así, se tiró una huacacha* feliz. Hubiera sido la ahogada más feliz si Ramiro no se tira a la piscina y la salva.

Las tías maternas fueron fundamentales en la crianza de mi mamá y sus hermanos. Cuando mi abuela Luisa enviudó, sus hermanas organizaron un sistema de apoyo estupendo y esos niños orates fueron criados por el matriarcado Usseglio. Por eso mi mamá y mis tíos tienen una mamá y un montón de mamás, las Mamitas, hablo en presente porque esas mujeres siguen vivas aunque no lo estén. Ese mujerío mágico tuvo alguna vez una pasamanería. Cuando cerraron el negocio, guardaron los saldos de seda, satén, entredoses y encajes; cintas de moiré, terciopelo y plata de El Chic Usseglio en un baúl pródigo que hasta ahora produce encajes aunque ya no existe. Las Mamitas habitan ahora en mi mamá y sus hermanas y espero con todo el corazón que cuando llegue el momento, habiten en nosotras, la siguiente generación y luego en nuestras sobrinas y así sucesivamente por los siglos de los siglos, amén.

Tía Camila. Vestido hecho con tela del baúl pródigo.

Mi mamá recuerda que en su casa había una cocina gigante a querosene. Era blanca de fierro aporcelanado, como decimos en el Perú. En ese cocinón su mamá hacía los postres y mi mamá le ayudaba. Las licuadoras eran una novedad y mi abuela Luisa siempre compraba las novedades. Mi mami hacía el jugo en licuadora como si fuera un personaje de los Supersónicos. Unos años después llegaron las cocinas a gas y mi abuela Luisa fue la primera en comprar una.

Mi abuela Luisa.

Mi mamá y su hermana menor, Anita, iban a recoger a su Mamá Rosa al trabajo. La Mamá Rosa administraba una cuna maternal. Las dos niñas iban a ver a los bebitos y después la Mamá Rosa las llevaba a comer queso helado al mercado. Dice mi mamá que las mesas del mercado, en aquella Arequipa suya, tenían un tablero de mármol redondo.

Iglesia de Cayma. Arequipa.

Mi mami y mi tía Anita tenían unos abrigos rosados con el cuello y los puños de terciopelo color café. Con esos abriguitos iban a misa los domingos. Las Mamitas eran devotas de la Virgen de Cayma y en el día de la Candelaria, (así se llama la Virgen de Cayma), mi mami y mi tía Anita llegaban con unos vestidos lindos debajo de sus abriguitos, iban peinadas con una cola de caballo adornada con las cintas del mujerío sanador y cada una llevaba una canasta con flores que echaba al piso para que la Virgen pasara. También iban a todas las procesiones de Semana Santa. Yo no sabía que hubieran sido educadas tan zampa-hostias. Quién iba a imaginar que años después la santita echa flores sería expulsada de la clase de religión por decir “mentiiira” a todo lo que el cura decía. (“Y Dios hizo al mundo en sie…” “Mentiiira.” “Y del costado de Adán…” “Mentiiira.”) Quizás por eso educó a sus hijos en la herejía.

Mi mamá en uno de los portales de la plaza de armas de Arequipa.

Cuando mi mamá estaba por comenzar el colegio, las Mamitas opinaban que ella podía saltarse el año de “transición” porque sabía los números y también sabía leer. Cuando el colegio la evaluó, le pidieron que escribiera el número tres. Vaya uno a saber por qué, mi mamá escribió un número tres muy lindo pero al revés (ε). Tuvo que hacer el año de transición aunque supiera griego. Sus hermanos comenzaron a llamarla “tres al revés”.

"Tres al revés" cuando fue reina.

Me cuenta mi mami que cuando las Mamitas la llamaban para invitarla a almorzar, antes de aceptar ella preguntaba ¿qué hay de comer en tu casa? Ni ella ni yo disfrutamos demasiado la comida que no sea dulce. Cuando yo era chica, mi mamá decía que la vida sería más fácil si la comida viniera en píldoras, una verde conteniendo extracto de verduras, una roja de carnes, una blanca de arroz y así uno podría dedicar el tiempo a hacer cosas más útiles como comer dulces, por ejemplo.


Una vez, mi abuela Luisa mandó a mi mamá a la farmacia. Le entregó una nota y le dijo compra esto, no lo abras ni lo huelas. Claro que apenas el farmacéutico se lo entregó, mi mamá lo abrió y lo olió. Era alcanfor. Batió todos los records de velocidad para llegar a su casa sin respirar. Como su mamá era mágica, la curó, y gracias a ella, mis hermanos y yo pudimos nacer.


Durante la niñez y adolescencia de mi mamá, casi todas las actividades estaban separadas por sexos. Los colegios no eran mixtos y ni siquiera en misa ella podía sentarse al lado de sus hermanos porque los hombres iban a un lado y las mujeres al otro. Los chicos, arequipeños, cuándo no, peleaban. Si uno se enojaba mucho con otro, lo citaba en el Callejón de Santa Rosa para pelear. Los demás iban para ver y hacer barra. Lo mismo pasaba en mi colegio cuando yo era adolescente, los arequipeños son mechadores (peleones), a diferencia de los limeños por ejemplo, que se mueren de miedo de pelear. Un día mi mamá se enojó con su hermano Carlos. Ella no recuerda por qué, pero sí se acuerda de que enfureció mucho, quizás mi tío Carlos le dijo “tres al revés” demasiadas veces. Entonces mi mamá le dijo vamos al callejón de Santa Rosa” y mi tío Carlos casi se murió de la risa porque además de hombre, era mayor que ella. Pero mi mamá fue al Callejón de Santa Rosa y cuando mi tío Carlos la vio, la abrazó. Y así abrazaditos volvieron a su casa. Puedo apostar que mi mamá hubiera ganado.

Tío Carlos, años antes de temer por su vida ante mi mamá.

Más o menos en esa época llegaron los televisores a Arequipa y mi abuela Luisa compró uno. Era un mueble con patas y dos puertas que lo único que hacía era ocupar espacio porque sólo había señal durante un par de horas al día. Dice mi mamá que cuando recién llegó, lo pusieron en la sala. Después lo pasaron al dormitorio porque nosotras, por genes del lado materno, hacemos todo en la cama. No hay mejor lugar que mi cama, ha dicho siempre mi tía Anita. Cuando mis hermanos y yo éramos chiquitos y los televisores no tenían control remoto, mi mamá se consiguió un palo de madera larguísimo y con él cambiaba de canal. Ahora mi mamá tiene un IPod o IPad, ni sé lo que será, ella siempre será más tecnológica que yo.

Tía Anita

Cuando mi mami estaba en secundaria le gustaba jugar vóley. Jugaba muy mal. Las jugadoras del equipo contrario se gritaban unas otras “¡Al hueco, al hueco!”. Lo que querían decir a sus compañeras era que lanzaran la pelota a mi mamá, ella era el hueco porque no paraba ni una bola. Yo salí igualita pero nunca me gustó el vóley, ha de ser un ejemplo de sabiduría atávica.


Cuando yo era chiquita el mar de Mollendo me engulló una vez, seguramente mi abuelo ya pidió cuentas al mar de su tierra por comerse a su nieta favorita. Quedé con miedo al mar y ese miedo es quizá mi peor recuerdo de infancia, el mar siempre ha sido mi fascinación y mi amor, no hay nada peor que temer a lo que uno ama. Cuando mi mamá lo supo, se metió al mar conmigo. Las olas de Mollendo son quita hipo y quita dignidad, le quitan a uno hasta la ropa de baño si les da la gana. Mi mamá me dijo que la única forma de perder el miedo era volver a meterme pero yo estaba aterrada. Tienes que tirarte lo más profundamente que puedas, me dijo. Cuando llegó el olón, me di la vuelta para salir corriendo. Mi mamá me agarró de la mano, gritó ¡AHORA!, y no tuve más remedio que tirarme una huacacha tan profunda que casi llegué a la China. Nunca más temí al mar. Yo había perdido al mar y mi mamá me lo devolvió. Mil años después, sé que esa es una de las lecciones más grandes que ella me ha dado.


De todos los recuerdos que mi mamá me ha contado sobre su niñez, quizás el que mejor la describe es el de la huacacha que se tiró en la piscina antes de saber nadar. De mis propios recuerdos, el que la pinta de cuerpo entero es la huacacha que me obligó a tirarme en el mar de Mollendo.


Te amo, mamá. Gracias por enseñarme que la vida es como el mar, a una ola le sigue otra. Bendita sea la huacacha que me obligaste a tirarme y bendita seas tú.
Feliz día para todas las buenas madres, las que yerran y aciertan como humanas que son. Feliz día para todas las mujeres que ejercen la maternidad de la forma que sea, porque como decía mi papá, hay muchas formas de ser madre.
Mi mamá y yo.

*Huacacha: Arequipeñismo. Acción de zambullirse.

*guaguani: Arequipeñismo, persona a la que le gustan los niños (las guaguas)

Los postres arequipeños de las fotografías son un queso helado y un plato de buñuelos.


Úrsula Álvarez Gutiérrez. Hija de María Cristina Gutiérrez Usseglio

Santander, 9 de mayo 2021. Día de la madre en el Perú.



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