Es imposible saber si nació en el infierno del que la rescataron, si alguien la abandonó allí o si ella lo eligió porque conoce lugares peores que la carretera con más tránsito de la periferia de Lima, con sus lavaderos ilegales de autos, sus bares de mala muerte y su niebla de indolencia. La hembra de cuatro kilos de peso, cruce de chihuahua, el perro más pequeño del mundo, fue forzada por el mismo que la domesticó a gestionarse la vida, ganarse el pan, procurarse cobijo y defenderse con los colmillos más pequeños de su especie. Aprendió a esquivar al hombre motorizado y sin motorizar, su cara de asco, su grito ¡FUEEERAAA!; aceptó el desamparo, comió basura, bebió agua podrida y parió solita las camadas que engendraron docenas de perros diez veces más grandes que ella. Se habituó al espanto de la falta de amor, y cuando dos manos diferentes la cogieron, estaba demasiado herida y no logró escapar. Estás a salvo, escuchó, y aunque no lo entendió, lamió aquellas manos, porque, al fin y al cabo, es un perro.
Cinco años de edad, calculó el veterinario y la operó de urgencia porque tenía la vagina desgarrada y el útero lleno de pus. Se recuperó de la cirugía en casa de sus rescatistas. Estás a salvo, le susurraron en su idioma los otros rescatados de la casa. Se hizo amiga de Pan, una perrita de tres kilos y rizos rubios que alguien lanzó a la Vía Expresa de Lima, y de Lolita, una cachorra gigante y torpe que, atolondrada por la novedad del amor, camina tumbándolo todo y un día terminó de pie sobre la mesa servida sin saber cómo, confundidísima, pero feliz. La hembrita cruce de chihuahua comenzó a jugar con sus nuevas amigas, dejó de tratar de escapar y empezó a mirar de costado a sus rescatistas, tasándolas, recelosa, mientras aprendía a colocarse en la cola a la hora del desayuno, del almuerzo y la comida, y llevaba todos los muñecos de trapo que encontraba a la camita que le asignaron, está reemplazando a sus cachorros, explicó el veterinario. Los ojitos negros y tristes, detrás de su antifaz, el único regalo que la vida le dio, siguieron tasando a la gente que comenzaba a acolchar su vida y un día, copió a sus compañeros y les pidió un cariño.
La encontré en internet. Su antifaz y su historia se me clavaron en el alma en mayo, a un año de la partida de Pimienta. He encontrado a una perrita rescatada con problemas ginecológicos, conté a mi médico, es perfecta para ti, respondió Superman. Estás a salvo, le dije la primera vez que la vi y sus ojitos negros y tristes me miraron de costado detrás de su antifaz, ¡guau!, me advirtió, no le gusta que los extraños le hablen. Doña Fernanda de la Santísima Voluntad, la llamé, porque merece ser tratada de usted, y porque es valiente como nuestro héroe. Esta perrita de genealogía cuestionable parece un ratón albino con orejotas de burro, y pese a que conoce lo peor de la naturaleza humana, ha sido capaz de conservar en el fondo de su alma un poquitito de esperanza. ¿Doña Fernanda de la Santísima Voluntad? ¡Jesús!, cuando termines de llamarla la perrita se habrá dormido, opinó mi prima andaluza. Caculiya, tiende tu cama, Caculiya, termina tu comida, ¡Caculiíiya bajatéee de ahíii!, recordé la voz de mi nana, hablando en arequipeño, llamándome con el nombre que me inventó, bendita Señora Mechita. Vi a la perrita durmiendo hecha un ovillo, con los muñequitos de trapo que le compré, ovillito de pura indefensión, y Caculiya quedó, aunque sólo para los íntimos. Desde que la Caculiya llegó, me levanto con el objetivo de ganarme su confianza, devolverle el derecho a la desmesura y atestiguo el espectáculo magnífico de un renacer.
Un perro que desconfía de uno es una contradicción de términos y rompe el corazón. En nuestros primeros días juntas, la vi temblar de miedo sin dejarse dominar por él, la vi intentar escapar cuando sus rescatistas partieron dejándomela, noté su angustia controlada y también la vi alegrarse a medias, como se alegra quien sabe que la alegría es efímera y escasea. Hice lo posible por respetar su espacio y sus tiempos, hasta una noche en que no pude más y pregunté a sus ojitos tristes cuánto daño había sido necesario para romper su perrunidad, dejé de imitar su mesura, la cargué, la apachurré con fuerza contra mi pecho, la metí en mi cama y así dormimos, corazón con corazón. Al día siguiente, cuando regresé del mercado, su colita se agitó tanto al verme, que, por un ratito, su cuerpecito de ratón albino y patilargo bailó un poquito. Le inventé una canción con la melodía de La Cucaracha para no olvidármela, y una tarde en que la cantaba a todo pulmón en la cocina mientras ella dormía en su cama en el dormitorio, despertó y apareció feliz a mi lado, porque había reconocido la música, la letra o su nombre, y tuvo un instante de alegría desmesurada, algún día serán más.
¡Fuuum!, vuela la ratoncita con antifaz, patilarga y orejona en el parque. Pedro Navaja, anuncia su caminar achorado, Pedro Navaja, sigue advirtiendo e insulta a los perritos machos que se atreven a acercársele, a los humanos que intentan tocarla y hasta a algunos que ni la han mirado, como si su memoria volviera a chispazos y recordara a alguno de los demonios que el hombre la obligó a conocer. A Eliza Doolittle le queda mucho camino por andar. Compré una correa elástica para no perder un brazo, ¡fuuum!, vuela la perrita cruce de chihuahua rescatada del infierno y cada cierto rato, voltea para ver si estoy detrás. Adoptar a la Caculiya ha sido una idea estupenda, gracias, Proyecto Callejero Perú.
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Lima, 6 de agosto del 2024
El Proyecto Callejero Perú comenzó cuando dos personas buenas intentaron mejorar el mundo. Rescataron a un perrito de una situación que debería avergonzarnos y curaron su alma y su cuerpo para conseguirle un hogar. Y así siguieron, en la medida de sus posibilidades, que no son infinitas. Hasta que la gente comenzó a llamarlas, en el mejor de los casos, o a lanzarles perros y gatos, en los peores. Dos personas hacen patria y corrigen uno de los errores de la humanidad. Dos personas, dos sueldos, dos sueños en suspenso, cuatro brazos cargando demasiado. Ayudemos a Proyecto Callejero Perú, adoptemos, apadrinemos. Pan y Lolita, entre muchos otros, buscan familia. Ayudemos a Proyecto Callejero Perú a embellecer un poquito la vida.
Commentaires