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Úrsula Álvarez Gutiérrez

Feliz Navidad, porque estamos vivos

Dos personas que conozco disfrutan pasar las noches de diciembre sentadas en silencio observando las luces de navidad de sus casas. Ambas me contaron que al hacerlo reviven momentos y sienten la presencia de sus ausentes. Cada titilar es una imagen entrañable, reciente o añeja, y saltando de un recuerdo a otro, hacen algo así como un balance de vida. Y su balance decembrino siempre es positivo aunque incluya nostalgias. Una de esas personas es mi papá, que murió, pero sigue siendo.


Mi papi, fumando a solas, veía la película que su corazón proyectaba para él. Se veía a sí mismo y a sus hermanas siendo niños con sus padres. Luego veía a mis hermanos, a mi mamá y a mí. Me contaba que su papá, muerto antes de que yo naciera, lo acompañaba en esas noches y compartía espacio con esta nieta que no conoció. En algún diciembre mi papá me escribió:

“¿Quién puede afirmar que el solo pensamiento no es capaz de reunir a las personas? Veámoslo así, hijita querida, nuestros amados están con nosotros, los bulliciosos o voluminosos alternan sin saberlo con los que no pueden estar por la distancia y también con los ausentes apacibles hechos de puro sentimiento…Son nuestros, somos de ellos... A los amados ausentes podemos sentirlos también, ningún fenómeno físico puede evitarlo”.

Mi papá, amada presencia hecha de puro sentimiento, habita en mí, en mi perspectiva, en mis palabras, en mi mirada y en la forma como acaricio la cabeza de Pimienta, que sin copiarla conscientemente, es idéntica a la forma como él acariciaba la mía. Mi hermano vive en mí, en mi rostro y en mi deseo de honrar la vida para regalársela. Mi mamá, mi hermana y nuestro matriarcado peruano vivito, coleando, de atar y a un océano de distancia, habita en su ídem del hemisferio norte, el parecido es asombro que me cobija. El alma transparente de La Yana se duplica en Evuca la andaluza. El aplomo de La Paty y de La Luchi envuelve a Noemí sin que ella lo sepa ni las conozca y la extravagancia de las tres Gutiérrez Usseglio habita en Concha con un añadido preciso de cordura, felizmente. Nuestros espíritus cántabros, tan inquilinos de esta buhardilla como Pimienta y yo, se dejan sentir y ningún fenómeno físico puede evitarlo. Son nuestros, somos de ellos.


Con o sin luces navideñas, diciembre nos asalta a puro recuerdo y emoción. Los villancicos llegan desde algún lugar, las recetas del pavo peruano empiezan a llenar mi whatsapp y el sabor del pavo navideño de mi mamá, el único plato que ella sabe hacer, despierta de una larguísima siesta en el fondo de mi corazón. Las nochebuenas eternas, los mil Gutiérrez juntos enloqueciendo a mi papá (“son muy buenas personas, pero es mejor verlos de uno en uno, tanto loco junto aturde, hijita linda y querida”). El vozarrón del tío Carlos y sus ojos húmedos apachurrándonos contra su pecho huesudo tan amado. La torta brasileña de mi abuela Luisa, la mano tembleque (no es Parkinson, es mano saltimbanqui nada más) de la tía Anita sosteniendo mi plato con torta de merengue, las veinticinco conversaciones a la vez y en voz demasiado alta, el pitito que le queda a uno en el oído, lo que mi papi llamaba el aturdimiento. Las luces de bengala, el abrazo de mi mamá. Los despertares del veinticinco, el vestido más lindo, las medias blancas caladas y con encaje para ir al almuerzo en el caserón de la Mamama, mi abuela paterna. Su árbol de navidad mágico, flotando sobre un cerro inmenso de regalos para los cuatro niños Álvarez que éramos. El sonido de mis pasos en el piso de madera de su vestidor. Las pijamadas con la tía Maty, las funciones de títeres que ella nos preparaba. La tía Rochi y su pésima idea de adoptar a un ratón como mascota, ese final no tuvo igual. El jardín del caserón, las ollitas con las que jugábamos La Anita y yo a la cocinita. El ciruelo del que salté gritando “¡SUUUPEEER CHIIICKEN!” segurísima de que volaría y lo único que me rompí fue la ilusión.

Quizás no existan diciembres sin añoranzas. Quizás pocos diciembres hayan tenido más razones para llenarse de ellas que éste. La incertidumbre es lo único seguro en este tiempo. Y el amor. “¿Quién puede afirmar que el solo pensamiento no es capaz de reunir a las personas? …Nuestros amados están con nosotros…Son nuestros, somos de ellos... ningún fenómeno físico puede evitarlo”.


Si mis espíritus nacidos en el siglo diecinueve pueden acompañarme, si mis peruanas vivas pueden parecerse tanto a sus primas cántabras sin conocerse a pura fuerza de genes estrafalarios, si Domingo Gutiérrez Cueto puede hacerme llegar una foto suya vía El Gigante de Alegrilla*, la magia existe. Y la magia no es más que amor que trasciende a la muerte.


Vivamos, queridos. Vivamos de manera tal que nuestros descendientes sean tratados con amor sólo por venir de nosotros. Leguemos honra que allane el camino de los nuestros. El resto será tarea de ellos, usarán los ojos para ver, los oídos para oír y construirán sobre el camino que dejemos para ellos. Feliz navidad, porque estamos vivos.


*Hace meses que estudio la vida de tío Domingo… Su historia es tan sabrosa y cubre un periodo histórico tan rico que no puedo terminar su cuento y el resto de mis espíritus está enfadáo, como dicen acá. “¡Hooombre, no acaparéis a la sobrinuca! ¡Que ya nos toca a nosotros, no seáis pesado Mingo!” Sólo tenía una foto de tío Domingo, con cara de pavo, además. Hace unos días, alguien regaló un libro antiguo a mi Gigante. Mi Gigante lo revisó, encontró una foto suya y me la envió de inmediato. Ahora tengo dos fotos de mi espíritu favorito. Tío Domingo, a mi lado, infla el pecho como un pavorreal y los demás espíritus no le hablan. Mi Gigante es José Ramón Saiz Viadero. Eso es magia.


Úrsula Álvarez Gutiérrez

Santander, 20 de diciembre del 2020


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2 Comments


Úrsula Álvarez Gutiérrez
Úrsula Álvarez Gutiérrez
Jan 25, 2021

Mágico, si. Gracias.

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Rita Nazra
Rita Nazra
Jan 25, 2021

Ese amor mágico entre tu padre y tú ❤️

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