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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

Diez de enero / El amor más grande

Hoy sería tu cumpleaños si no hubieras muerto. ¿Existen los cumpleaños allá? ¿Sigues siendo una individualidad, Pa? Este es tu primer cumpleaños en el que agradezco que estés muerto y espero con todo mi corazón que no puedas ver lo que sucede. Ojalá tú sigas siendo, Pa, si es así, ven, abrázame y dime que estás bien. Hazlo aunque sea cuando esté dormida, pero déjame recordarlo al despertar. Gracias por ser mi papá. Te amo papá.

Hace años escribí algo parecido a esto acerca de él, que está muerto, pero vivió:


El amor más grande

Yo lo amé antes de saber lo que significaba amar. Todavía no hablaba ni caminaba. Supongo que simplemente lo reconocí. Mi papá era mi persona favorita. El sentimiento era mutuo y ese fue el vínculo más fuerte de nuestras vidas, el amor más grande. Ese lazo era nuestra fortaleza, lo que nos unía al mundo y a la vez nos separaba de él, el vínculo que nos hacía parte de algo que era únicamente de los dos. No nos propusimos ser egoístas y bloquear el acceso a los demás, simplemente así se dio, nosotros dos éramos iguales.

Él era un papá de los de antes, no cambiaba pañales, no cuidaba a las guaguas*. Él sólo trabajaba todo el día y cuando regresaba traía chocolates Princesa y daba uno a su princesa. A veces él tenía que viajar por trabajo y cada vez que lo hacía yo me enfermaba y no eran mañas. Hijita linda y querida, ¿por qué siempre te enfermas cuando yo no estoy? En esa época yo tenía pesadillas recurrentes en las que algo malo le pasaba. Lo maté en sueños de todas las formas posibles: se ahogó en el mar, se lo comió un tiburón, lo aplastó el tren, lo raptaron los extraterrestres. Despertaba llorando aterrada, felizmente esa temporada de sueños horrendos duró poco. A lo mejor era mi alma de niña avisándome que lo más difícil que me tocaría hacer en la vida sería vivir sin él.

Cuando aprendí a escribir, si por alguna razón estaba lejos de mi persona favorita, nos escribíamos cartas. Él hablaba lindo y escribía mucho más lindo. Tenía la delicadeza de adaptar su escritura para que una niñita la comprendiera. Conservo una de sus cartas de esa época y es una cosa tiernísima. Hice esfuerzos sobrehumanos para entender su letra, él era zurdo y cualquiera hubiera dicho, al leer sus manuscritos, que era médico. Me quejé. Cholapaburra que no entiende mi hermosa caligrafía y desde entonces mecanografió sus cartas. Firmaba a mano Óscar, y a veces Tu Tata. Y así empezamos la costumbre de escribirnos siempre, pero siempre, largo y tendido, cosas importantes y tonteras, primero cartas, luego correos electrónicos. En uno de mis cumpleaños, él me escribió: “Hoy es el día en que fui premiado, recompensado por algo muy bueno, pero muy bueno, que he de haber hecho en otra vida; no recuerdo nada hecho en la presente, que meritúe que Dios me concediera un premio como tu presencia en este mundo. Gracias Dios. Pásalo lindo hijita, sé feliz. Te encargo que cuides el tesoro más grande, el más bello regalo que jamás haya recibido este vejete orejón…mi florcita de hierro…frágil, flexible, inteligente, incontrastable… Cuídate por favor.” Así me veía él, como si yo fuera un milagro.

La cima del mundo.

Cuando salíamos a la calle y yo era muy chiquita, él me sentaba en sus hombros y yo me sentía en la cima del mundo. Los fines de semana salíamos a pasear en familia y llegábamos a la casa de noche. Yo me hacía la dormida en el auto sólo para que él me llevara cargada hasta mi cama. Creo que él se daba cuenta de que estaba despierta pero yo me sentía invencible en sus brazos y el héroe que él era me metía en mi cama, me tapaba y besaba mi frente aunque supiera que estaba despierta. Los ojos de mi papá cambiaban de expresión cuando me miraban a mí. La mirada que él guardaba para mí era casi física, como un abrazo, una mezcla de ternura, sonrisa, admiración y amor. Él brillaba de adentro hacia afuera cuando me miraba.


Los dos teníamos un vocabulario propio, unas palabras que yo inventé y que hacían que él se carcajeara a mandíbula batiente. Yo hacía la siesta echada sobre él, tomaba vuelo desde la puerta del dormitorio de mis papás y aterrizaba muerta de risa en su pecho, apanado papi*. Nos quedábamos dormidos corazón con corazón. Ese será siempre el mejor lugar del mundo para mí: la cabeza apoyada en el pecho de mi papá, arrullada por los latidos del corazón que más me amó, pompompompompóm. En esa época yo decía que de grande sería trapecista y estaba todo el tiempo contorsionándome, rascándome la oreja con el tobillo, tirándome aspas de molino y más. Mi papá y yo veíamos la tele cabeza con cabeza pero mis piernas iban pegadas a la pared y lo veía todo al revés. Ahora ya no me paro de cabeza pero creo que sigo viéndolo todo al revés.

Cuando yo era adolescente una de las gatitas de la familia murió. Casi me morí del dolor de corazón y le dije: nunca he sentido un dolor tan grande. Él me miró y me dijo hijita linda y querida espero con toda mi alma que éste sea el dolor más grande de toda tu vida. No entendí lo que él quiso decir hasta muchos años después. En esos tiempos, él me enseñó a manejar, en España se dice conducir. La verdad es que yo no atendía mucho a sus explicaciones y eran más sesiones de conversación que clases de manejo. El pobre se encomendaba a la corte celestial porque cuando le contaba algo sabroso, yo soltaba el timón… ¡Agarra el tiiimooón hijiiita que nos mataaamos! En todo caso de lo único que nos matamos durante las clases de manejo fue de risa. Mi papi y yo reíamos mucho juntos. No sé de qué hablaría el pobre conmigo cuando era chiquita, pero cuando crecí, no hubo tema que no tocáramos. Él era el guardián de mis secretos y yo la de sus quimeras. Mi papá tenía la capacidad única y quizá irrepetible, de ver las cosas desde mi perspectiva. Nunca tuve que explicarle mis acciones o mis reacciones porque él me entendía. En una familia peruana normal, donde los metetes abundan, yo tuve en él a un aliado incondicional, él era de mi bando a ojo cerrado. A lo mejor el vínculo que establecimos cuando yo supe por instinto lo que era el amor y lo reconocí, estaba basado en el hecho de que veíamos y sentíamos las cosas desde el mismo lugar. Nos entendíamos, nos aceptábamos. Él fue mi héroe de niña y cuando crecí y entendí que los héroes son de papel y no de carne y hueso, él fue solamente mi papá y mi mejor amigo y al serlo me dio el regalo más grande: sentirme absolutamente amada y amar sin condiciones. No he conocido una relación padre e hija con una conexión como ésta. Ahora mi papá está en el cielo y hace poco me sorprendí a mí misma acariciando a Pimienta como él me acariciaba la cabeza: una mano detrás de la otra, presionando. Lo sentí en mi alma donde estoy segura de que él está.

Frases de algunas de sus cartas: - Hijita linda y querida, hay que cruzar el Rubicón, allá vamos, como los buenos, optimistas y cantando. - ¡¡¡Adelante Cachupín!!! - Cuánto quisiera estar ahí y ayudar, tener la capacidad de viabilizar cada objetivo, saltar de gozo contigo con cada realización y ganarme un pedacito del mérito para regalártelo. - El dolor de los años acumulados se convierte en el júbilo de los años que valieron la pena vivir porque tú estás ahí. - Hace demasiado tiempo que no te escribo, los días con sus exigencias prosaicas, me dejan exhausto y se pasan. No quiero que esta ausencia de palabras se prolongue más. Por lo pronto sabe que estas en mí como nadie lo ha estado nunca y que si alguien te ama en este mundo, ese soy yo. - ¿Quién puede afirmar que el solo pensamiento no es capaz de reunir a las personas? Veámoslo así, hijita querida, nuestros amados están con nosotros, los bulliciosos o voluminosos alternan sin saberlo con los que no pueden estar por la distancia y también con los ausentes apacibles hechos de puro sentimiento…Son nuestros, somos de ellos... A los amados ausentes podemos sentirlos también, ningún fenómeno físico puede evitarlo. - Nunca fui mejor atendido ni me sentí más querido que en tu casa, me has blindado contra lo feo de este mundo por un buen rato. Gracias hijita. - Los viejos sabios griegos sabían lo fácil que es para el amor traspasar las barreras que metidos en nuestros torpes cuerpos no podemos traspasar. - Paciencia. Ya sé qué es ciencia ¿qué será pa? - …acaban de llegar tus tías, felices, gorjeando como brujas después de almorzar niñitos, de un viaje, que parece, ha sido venturoso. - En medio de un balance de vida con altibajos tan pronunciados, exhibo con orgullo amores tan completos que a pesar de todo, justifican mi paso por este planeta. Te quiero princesita.

Te gustarían mis cuentos, papi. Si puedes venir a darme un abrazo, ven, Pa, pero ven con los ojos cerrados y la nariz tapada. La tierra huele a azufre. Gracias a Dios tú no estás acá.

Úrsula, hija de Óscar Álvarez Bisbal.

*guagua: arequipeñismo para bebé.

*apanado papi: los peruanos decimos "apanado" cuando jugamos a aplastarnos.


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