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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

De desperfectos técnicos, versos, amor e ilusión

Primero me avisó una persona, después más. Entonces pregunté y casi me dio un patatús: www.amoramares.works está fallando sólo para algunos suscriptores, que en vez de recibir los nuevos escritos, observan atónitos unos mensajes escritos con símbolos ininteligibles. La gran mayoría de la gente que me lee lo hace en Facebook, se reenvían los enlaces por correo electrónico o hasta por whatsapp, por eso he demorado en saberlo. ¿Fallas técnicas, boicot o hackeo? Vaya uno a saber, siendo el mundo lo que es. Esta página existe, esta página es una obra de amor, esta página es un vehículo y lo que sea que esté sucediendo, va a solucionarse, con ayuda, se solucionará.


La cara patibularia en la fotografía de mi nuevo DNI puede matar del susto a cualquiera pero no malograr la fiesta en mi corazón… tengo dos años más de permiso para investigar a los míos. ¡Tanto qué hacer! Hay mucho por leer para entender la vida de los Gutiérrez Cueto. Nuestros espíritus estrenaron el mundo e inventaron la maravilla, he aquí el respaldo tiernísimo de los intelectuales demostrándolo. Cada vez tengo más “ayudantes”. No es uno, no son dos ni tres, ¿me apoyarían, sino? Si nuestros héroes no hubieran personificado el heroísmo, si nuestras feministas no hubieran encarnado el feminismo, ¿tendría esa ayuda? El tamaño de los cerebros de “mis ayudantes”, el prestigio de sus nombres y su entusiasmo tienen a mis espíritus alborotados, acá se dice alborotáos. ¿Le interesaría a alguien leer que un marino versificador se arriesgó a morir un montón de veces sólo para salvar gente que no tenía cómo devolverle el favor ni autoridades dispuestas a volver a condecorarlo, si la ilusión no fuera imprescindible e irrenunciable? Un Capitán inmenso creó un universo en verso.


Es muy difícil pensar en amor y versos en este tiempo.

Ahora paso los días revisando los archivos diocesanos. Paseo por los claustros de la catedral de Santander con una sensación de dueña de casa que atraviesa mi peruanidad. Bendita seas, Concha Cueto de Gutiérrez, habitando en mí y haciéndome sonreír en una iglesia.

Concha Cueto de Gutiérrez

Soy la tataranieta de un mujerón que nos salvó cuando un barco cargado con miles de toneladas de dinamita explotó y en Santander llovieron cadáveres completos e incompletos en un rompecabezas literal y desquiciante. La señora que habita en mí y me asegura que estoy en casa pese a ser arequipeña, no perdió el tiempo en lamentos. Ella tomó a sus nietos y los alejó de la orgía diabólica que poseyó a La Marinera en noviembre de mil ochocientos noventa y tres. Estás en casa, hijuca, dice ella y yo me aferro a su vida en la mía para descartar las maldades que oí justo en el tiempo en que ninguna persona sensata querría ser “el extranjero”. Los hermanos Gutiérrez Cueto escribieron acerca del conmigo o contra mí” en muchos tonos y lo combatieron porque estrenaron el mundo. Dos siglos después yo no combato nada salvo la desilusión, por puro instinto de conservación, me salió un verso sin esfuerzo y el Capitán Don Fernando sonríe.

Los bigotes de chiste de tío Fernando eran parecidos a estos.

Mi médico santanderino descubrió que tengo una infección de los mil demonios. Fue una noticia estupenda porque la otra opción era que la Endometriosis hubiera vuelto. Compré el antibiótico recetado feliz, me lo zampé más feliz y casi me morí completamente infeliz. Tomo demasiados medicamentos. Mi papá y mi mamá me fabricaron con muy poco empeño y por eso salí enfermucha, o pachucha como se dice acá. El Machichaco* explotó en mi cabeza, taquicardia, vértigo, todo a la vez. No puedo morirme antes de terminar los cuentos sobre nuestros locos, alguien tiene que dar de comer a Pimienta, una piensa muchas cosas cuando está estirando la pata a destiempo. Entonces la mano grande, cuadrada y áspera de mi papá sujetó la mía y el legendario Chapetón Cueto me sopló al oído la música de los mares de nuestros amores y no me morí. Sólo perdí todo el día siguiente tirada en el sillón en una meditación sin iluminación. ¡Ring!, sonó el teléfono con el sexto sentido infalible de mi mamá, esa señora que cose mi alma, esa belleza que está en el país que más amo donde la muerte campea.

Mi mamá
Vive, mamá, vive, mantente sana, esquiva los escombros como hizo tu bisabuela, el mujerón.

Adelantaron una hora en España. Me levanto a oscuras y me acuesto con sol desconcertada. "¡Sacto!" apoyó Evuca la andaluza, siempre precisa con su acento de encanto y una explicación histórica del origen del cambio de hora español. Ilustrativa, la bisnieta de Aurelia, como siempre. Veo noticias de vez en cuando. Acepto no entender nada mientras veo a franceses e ingleses emborracharse en Madrid y a españoles sin poder salir de sus regiones. Veo noticias peruanas y ahí me cuesta más aceptar no entender nada. En mi país explota un Machichaco todos los días en plena campaña electoral. Ser peruano duele mucho y más cuando una está lejos, decidida a resucitar la ilusión y contar historias de versos y amor. A veces soy profundamente infeliz.


Mis mejores amigas viven en Estados Unidos. Al parecer, ese país está saliendo del espanto. Que así sea, por Dios, que algún país comience, sea el que sea. Que una vacuna deje de ser “privilegio”, corrupción, moneda de cambio, sueño de opio. Mientras constatamos que la pandemia no nos ha vuelto mejores” ni ha hecho que “nos queramos más”, los vínculos endebles desaparecen y los verdaderos nos nutren. Mi prima Concha y su calma, calma alegre o calma triste, pero siempre calma y siempre artística, tan necesaria como la ilusión. Mi primo Mariano y nuestros abrazos ilegales. PANDEMIA – NO – ABRAZOS. Pero Marianuco entiende y se deja abrazar. “Tú no estás sola chiquilina, tú tienes una familia, zzzielo”, me dice y su tatarabuela, Concha Cueto de Gutiérrez, sonríe satisfecha desde el cielo. “El Chapetón está muy orgulloso de ti, Mariano”, le dije un día a punto de explotar de gratitud. Él se emocionó y en esta pandemia desgastante, la ilusión lo habitó aunque fuera un instante. Tengo una prima que se llama Mar. ¡Mar Gutiérrez Cueto me ayuda feliz a investigar las vidas de los nuestros! Esta vaina, sea lo que sea, es genética. ¿Vale o no vale la pena zambullirse en la ilusión?

Nunca he estado más viva. En un tiempo como este, no es fácil dedicar los días a investigar a una familia para poder contar historias de versos y amor. Pero nunca la ilusión ha sido tan necesaria, vamos a por ella.

Úrsula Álvarez Gutiérrez

Santander, 1 de abril 2021


*El Cabo Machichaco es el nombre del barco que explotó en Santander en el siglo XIX.


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