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  • Úrsula Álvarez Gutiérrez

De asombro y metas

Un pez picó el anzuelo. El pescador aficionado tiró del hilo de la caña de pescar, cogió al pez y comenzó a retirarle el anzuelo para devolverlo al agua. Desde dentro de la boca del pez, dos ojitos lo miraron. Era una ranita y sonreía. CLICK, tomó una foto el pescador aficionado, “ha sido una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida”, dijo. PLAF, saltó la ranita de vuelta al agua. Leí la historia en internet, quizá sea verdad.*
Visto en la página de Facebook Perfect Timing Photos
La BBC contó una vez, y guardé la noticia para releerla cuando tuviera tiempo, que un pescador de langostas estaba trabajando en la costa de Estados Unidos cuando sintió un golpe muy fuerte y alguien le apagó la luz. Cuando reaccionó, estiró las manos. Al tocar las paredes que lo rodeaban supo que estaba en la boca cerrada de una ballena, y era verdad. Menos de un minuto después, la ballena pegó un brinco, lo escupió y él salió volando con una rodilla dislocada y una vida de reestreno.*
En Australia, un padre organizó una aventura fantástica para vivirla con su hija de once años. Navegarían en un yate de once metros y pararían en todas las islas que vieran. Navegaron felices hasta que la cuarta noche, el mar enfureció. Una ola gigante abofeteó al yate y otra lo hizo desaparecer. Las cinco personas que iban en la embarcación fueron a dar a un mar helado y enloquecido. Una de las piernas de la niña se rompió. El grupo lanzó la señal de emergencia que logró coger antes del desastre y cometió un error, se dividió. El padre, solo con su niña, intentó nadar hasta la costa, su hija sentía tanto frío que no sentía nada. Los rescatistas encontraron a los otros náufragos, no debimos separarnos, se reprocharon. En el barco de rescate, uno de los rescatistas no paraba de vomitar, el mar estaba demasiado furioso y el barco se movía como una licuadora. El jefe de los rescatistas decidió acercarse a la costa para dejar al enfermo. Ese cambio de ruta logró el milagro: se toparon con padre e hija. Él había seguido nadando, arrastrando a su niña, que parecía un cadáver, blanquísima, arrugada y con uñas moradas. “Fue un milagro”, comentaron a los periodistas, “el esfuerzo del padre de la niña fue hercúleo”, también dijeron. Los médicos arreglaron la pierna de la niña y padre e hija ya planean su próxima navegación.*
Uno de los libros de Phillippe Claudel, que no he leído, cuenta que un pueblo de Indonesia no entierra a los bebés que mueren, sino que los mete en el tronco de un árbol. Hacen un agujero lo suficientemente grande para colocar el cuerpo del bebé envuelto en tela y luego lo sellan con tronquitos de bambú. Así, el árbol absorbe a la muerte y la muerte se vuelve vida.
Un montón de asombro. Casi el mismo que siento por haber terminado de escribir la historia de dos siglos y medio de una familia genial. Casi tres años devorando archivos, libros y prensa antigua; escuchando atenta y con el alma abierta los recuerdos heredados por los hijos de la Casa de los Tiros y la Casa de la Cajiga. Un montón de instantes de amor y mar, y todo en el nombre de Sixto.
Comenzamos a buscar editorial en serio. Y lo único que se me ocurre escribir para contarlo, es esta recolección de asombro. La vida derrota a la muerte. Vamos a resucitar a nuestros espíritus fantásticos hasta oírlos cantar.

Úrsula Álvarez Gutiérrez

Santander, 31 de julio 2022


*De acuerdo a la página de Facebook Perfect Timing Photos, el fotógrafo es Angus James. La noticia de la ballena de gustos refinados se puede leer en https://www.bbc.com/mundo/noticias-57453049 . La historia del padre y la niña salió en el programa 60 minutes Australia.

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